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(del latín passio, de pati, sufrir; en griego πάθος, pathos) En su sentido primitivo relacionado con la etimología del término, la modificación cualitativa -o afección- que una cosa sufre por acción de otra. Así, por ejemplo, en Aristóteles, para quien pasión y acción, su opuesto, son categorías accidentales del ser (ver cita). En este sentido aristotélico de pasión como pasividad o receptividad, «estar griposo» es una pasión. Sin embargo, le es connatural al término, también desde antiguo, el referirse a la emoción o al deseo intensos o violentos. En la actualidad suele definirse como emoción o afectividad extrema, o reacción afectiva (del latín affectus, estado de ánimo, pasión) intensa a un estímulo. |
Es tradicional desde antiguo (ver texto ), y no sólo en filosofía, enfrentar la razón a la
pasión, de modo que normalmente debe entenderse que es propio de la racionalidad humana y de la vida ética sostener que la razón debe dominar sobre las pasiones. Pero la valoración de la pasión en sí misma diverge enormemente según los autores y sus tendencias filosóficas. Es común considerar que las pasiones en sí no son ni buenas ni malas, o bien todas buenas, según Descartes (ver cita), y que, por consiguiente, existe un ámbito psicológico autónomo de la pasión, sus causas, sus efectos y su función con relación a la acción y a la misma vida (ver cita). Entre los encomios a la pasión, es característica la inversión del planteamiento platónico que hace Hume: la servidumbre toca a la razón (ver cita); la razón sola no puede ser origen de ninguna acción ni de ninguna volición; la razón sólo piensa, y únicamente la voluntad decide según sus leyes propias. Por esto la moralidad, capaz, ella sí, de regular pasiones y acciones (ver cita), no puede fundarse en la razón. |