Es el lenguaje cotidiano, común o natural. En las primeras fases del movimiento analítico, se le consideró, por su ambigüedad e imprecisión, fuente de los problemas filosóficos, razón por la que se insistió en fundamentar un análisis del lenguaje según el modelo de un cálculo lógico o un lenguaje formal, y por la que se consideraba que la filosofía consistía en el «esclarecimiento de proposiciones». Cuando la filosofía analítica sintió el influjo de las teorías del «segundo Wittgenstein», las expresadas en Investigaciones filosóficas, se abandonó el aprecio por un análisis fundado en la sintaxis lógica, para considerar que el lenguaje ordinario «está bien como está» y que la misión de la filosofía estriba en mostrar los múltiples usos del lenguaje, que Wittgenstein llama «juegos del lenguaje». En esta segunda fase de la filosofía analítica, el lenguaje se considera, no como representación o figura de la realidad, sino en su perspectiva natural, como un producto de la actividad humana en sociedad; en esta perspectiva, los problemas del lenguaje se esclarecen, no desde el análisis de sus formas lógicas, sino por el conocimiento de los diversos usos y contextos a que pertenecen las palabras. Ryle, Austin y Searle son los más notables representantes de la filosofía del lenguaje ordinario.