En diversos libros del Nuevo Testamento se identifica a Cristo con un cordero. Este dato proviene del Antiguo Testamento según dos perspectivas distintas. Por un lado, el profeta Jeremías, perseguido por sus enemigos, se comparaba con un “cordero, al que se lleva al matadero” (Jer 11,19). Esta imagen se aplicó luego al Siervo de Yavhé que muriendo para expiar los pecados de su pueblo, aparece como “cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores” (Is 53,7). Por el otro lado, cuando decidió Dios liberar a su pueblo cautivo de los egipcios, ordenó a los hebreos inmolar por familiar un cordero “sin mancha, macho, de un año” (Ex 12,5), comerlo al anochecer y marcar con su sangre el dintel de su puerta. Gracias a este signo hecho con la sangre del cordero los hebreos fueron rescatados de la esclavitud en Egipto y ser una nación ligada con Dios por una alianza. Así pues, la tradición cristiana que ha visto en Cristo al verdadero cordero pascual se remonta a los orígenes mismos del cristianismo.