El agua desempeña tanto en la Biblia como en la liturgia cristiana un papel simbólico que se funda en un doble sentido. Aparece en todas las civilizaciones como símbolo de vida y de muerte. Así, en el AT, el agua es en primer lugar fuente y poder de vida: sin ella la tierra no es más que un desierto árido, país del hambre y la sed. Pero también hay aguas de muerte: la inundación devastadora que trastorna la tierra y absorbe a los vivientes. Sin embargo, el simbolismo del agua halla su pleno significado en el bautismo cristiano. En los orígenes se empleó el agua en el bautismo por su valor purificador. Juan bautiza en el agua para la purificación del alma. A este simbolismo fundamental añade Pablo otro: inmersión y emersión del neófito indican su sepultura con Cristo y su resurrección espiritual. El bautismo se convierte en principio de vida nueva.