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En su derivación etimológica (del latín pater, el padre), el «dominio del padre», o el derecho del padre. Cualquier forma de organización social en la que los valores, normas y formas de comportamiento determinantes para el desarrollo de las relaciones sociales son establecidos y controlados por los mayores, los padres, en calidad de cabezas de familia. Un ejemplo de organización de este tipo fue, en la antigüedad, la sociedad romana. En etnología, designa la influencia privilegiada del varón en la sociedad, de forma que en ella predominan la «patrilinealidad» (la herencia material y el status pasa del padre a los hijos), y la «patrilocalidad» (se vive en el lugar de procedencia del padre) y los hombres deciden en las cuestiones más importantes de la vida social.

En sociología, sistema social en que el varón domina, oprime y explota a la mujer. Las sociedades actuales, por ser sociedades fundamentadas en el hecho de que el varón, como cabeza de familia, mantiene tradicionalmente un predominio social, cultural y económico sobre la mujer y los hijos, pueden considerarse también sociedades patriarcales; este aspecto, cuyo origen y significación han estudiado la antropología y la sociología, en la época actual, debido a los movimientos feministas cobra un sentido peyorativo y es sometido a dura crítica (ver texto ).

Las primitivas creencias de que el dominio de un sexo sobre el otro se debía a un precepto bíblico (ver cita) o a las diferencias biológicas, fueron sustituidas por rudimentarias afirmaciones de las primeras teorías evolucionistas, que atribuían un sistema político-jurídico de poder a la mujer en aquellas sociedades en que la línea genealógica era únicamente la materna (matrilinieal), y que llevaron a la idea de sostener un «matriarcado» primitivo, por ejemplo, a J.J. Bachofen (1815-1887) y a L.H. Morgan (1818-1881); en este contexto, el patriarcado que le supuestamente le sucedió sería la superación de una forma primitiva de cultura. Frente a estas opiniones, debe sostenerse que las relaciones de desigualdad, diferenciación y dominio entre los sexos no pueden atribuirse a diferencias naturales biológicas, sino a la interpretación, uso y función social que se les ha dado, en el transcurso de la historia, en todos los ámbitos, públicos y privados de la vida, y en los diversos órdenes jurídicos, económicos, culturales, etc., de la organización social. El «patriarcado» es justamente la institución subyacente en que sostiene esta interpretación histórico-cultural, y el feminismo recurre a este concepto como a un constructo con el que explica la desigualdad sexual y el sometimiento de la mujer.

El feminismo, a partir de la aparición de El segundo sexo (1949), de S. de Beauvoir y, sobre todo, de Política sexual (1970) el primer ensayo feminista de una teoría del poder-, de Kate Millet, ve en el patriarcado el sistema de dominio del varón, como género, sobre la mujer, como género, y lo define como una «política sexual ejercida fundamentalmente por el colectivo de los varones sobre el colectivo de las mujeres». Se inicia así, en el feminismo radical, la tendencia a oponerse a un sistema económico-social machista y patriarcal, a pretender sustituir un poder por otro, o a revitalizar la idea de un «matriarcado», como reacción y oposición, y a poner el acento en lo que se denominó «feminismo de la diferencia».

En el llamado «feminismo de la igualdad», el análisis del patriarcado se aleja de planteamientos meramente antropológicos y se insiste más en la necesidad de una nueva manera de entender la constitución de la sociedad (teoría de los nuevos pactos, frente a los pactos patriarcales), y en un nuevo enfoque de la individualidad de la mujer. Véase, a este respecto, Celia Amorós, quien ha estudiado específicamente esta cuestión en Hacia una crítica de la razón patriarcal (ver cita).

En teología cristiana se refiere a la función de los patriarcas, o porción de la Iglesia sobre la que un patriarca ejerce su función. En la Iglesia antigua se agruparon las diócesis en regiones más o menos homogéneas, en la que el obispo de una sede gozó de preponderancia sobre los otros obispos. A estos obispos dotados de una autoridad especial, se les dio el nombre de patriarcas. Actualmente, el patriarca es el líder de las iglesias ortodoxas autocéfalas que tienen rango de patriarcado y de cada una de las iglesias ortodoxas orientales. También tienen rango de patriarca los responsables de las iglesias orientales católicas. En la iglesia católica latina este título es puramente honorífico salvo en el caso del patriarca latino de Jerusalén, que es jurisdiccional.