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Procedimiento lógico por el que se intercambian los términos sujeto y predicado en un enunciado. No toda conversión es, sin embargo, una inferencia válida: sólo lo son aquellas en que el enunciado original y el convertido son equivalentes. Son equivalentes las conversiones de los enunciados categóricos universales negativos (E) (ver ejemplo 1) y de los particulares afirmativos (I) (ver ejemplo 2); pero no las de los universales afirmativos (A) (ver ejemplo 3) ni las de los particulares negativos (O) (ver ejemplo 4).



Ejemplo 1

«Ningún ánade baila el vals» (Lewis Carroll) equivale a su conversa «nada que baile el vals es un ánade».


Ejemplo 2

«Algunos sueños son terribles» (Lewis Carroll) equivale a su conversa «algunas cosas terribles son sueños»


Ejemplo 3

«Los niños son ilógicos» (Lewis Carroll) no equivale a su conversa «las personas ilógicas son niños»


Ejemplo 4

«Algunos leones no beben café» (Lewis Carroll) no es equivalente a su conversa «algunos bebedores de café no son leones»

En teología cristiana, cualquier clase de transformación religiosa o moral, sobre todo al abandonarse totalmente a Dios en un acto religioso radical y fundamental. En la tradición bíblica, judía y cristiana, es uno de los conceptos fundamentales que se refiere a la relación del hombre con Dios. El ser humano se entiende como un ser que puede errar y, sin embargo, Dios siempre permite restaurar, una y otra vez, las relaciones con Él y con el prójimo. La conversión es siempre un proceso que afecta a todo el hombre en acción, a su reflexión y a su práctica: uno y otro aspecto no pueden separarse. Jesús, a diferencia de Juan el Bautista, predica la conversión con un nuevo acento al relacionarla con la buena nueva de la proximidad del reino de Dios. Este mensaje espera de los hombres una actitud positiva que se determina con los imperativos “convertíos y creed”. En este sentido, la conversión ya no es una condición de salvación, como era todavía en el Bautista, sino don de salvación.