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Una de las características del lenguaje ordinario -entre las que pueden enumerarse, como principales, la ambigüedad, la oscuridad y la falta de definición- que obstaculiza la comunicación entre hablantes. Puede definirse como la imprecisión o indeterminación en el significado de un término. Los términos son vagos cuando se refieren a cualidades que las cosas pueden poseer en un grado indeterminado sin que el contexto permita precisar. Así sucede, por ejemplo, con los términos comparativos y aquellos que indican cantidad (sin precisarla cuantitativamente), como «bastante, «mucho», «grande», «apenas», o aquellos cuyas propiedades se aplican a un área indefinida de objetos, como «contexto», «calidad de vida», «clima sano», «joven», «de edad madura», etc.

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Decir que «la ciudad X es muy ruidosa» es utilizar una expresión vaga, tanto más que podría decirse que «el ruido perceptible a determinadas horas en determinadas calles de la ciudad X sobrepasa la cantidad promedio de decibelios tolerables por el oído humano».


Decir que «todos mis profesores son jóvenes» es recurrir a un enunciado vago, porque no se determina a qué clase de individuos se aplica el término «joven». No es joven, ciertamente, un profesor de 55 años; es joven ciertamente un profesor de 30 años; ¿entre qué edades han de estar los demás para poder decir de ellos que son profesores jóvenes? Entre el primer caso y el segundo existe una «zona de indeterminación» en la que no sabemos, o no sabemos con certeza, si el término «joven» halla referentes.

La vaguedad se diferencia de la ambigüedad en que ésta no permite decidir en cuál de los posibles sentidos se toma un término, mientras que aquélla no permite decidir si el significado del término se aplica o no, o en qué grado. Una y otra dan origen a falacias.