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El argumento que toma como premisa la opinión de quien es considerado una «autoridad» en el asunto, es decir, de alguien que es considerado un experto en la materia. Decimos: «x es verdadero porque lo dice N», donde «x» es un enunciado y «N» la autoridad. Cuando esta manera de argumentar equivale a: «es razonable aceptar como verdadero el enunciado x porque lo afirma N, que es experto en la materia y ha manifestado tener una opinión objetivamente fundada sobre el asunto en cuestión», es razonable aceptar la autoridad y basarse en ella, porque el fundamento de nuestra creencia racional está en la justificación o la opinión fundada de quien tiene verdadera autoridad. El recurso a la autoridad es, pues, un argumento razonable en estos términos cuando no es posible, o no es necesario, comprobar directamente la verdad o la razonabilidad de un enunciado.

En el ámbito religioso, no se da la apelación a la opinión fundada o al «saber racional» de la autoridad, sino sólo a su persona, o a su poder. Cuando hay una apelación falsa a la autoridad, esto es, cuando se alega una supuesta autoridad de alguien no experto en el asunto, se comete una falacia llamada argumentum ad verecundiam.