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Término introducido por el cosmólogo Brandon Carter en 1973 (siguiendo orientaciones de Gerald Whitrow) para explicar las condiciones que hacen posible la existencia del ser humano en el universo. En particular dicho principio explica por qué el universo es tan desproporcionadamente grande respecto del ser humano y cómo es posible -cosmológicamente hablando- nuestra existencia y, en general, la de la aparentemente rara existencia de la vida. Puesto que la existencia de vida inteligente supone un dilatado período evolutivo y un largo proceso de formación de moléculas complejas, el universo, en estado de expansión desde el Big Bang, ha debido crecer hasta proporciones gigantescas para que sea posible la existencia de la vida inteligente capaz de formularse dicha pregunta. De esta manera se explica que, de no ser el universo de tales inmensas proporciones, no hubiera sido posible la existencia de la vida. O dicho de otra manera: no podríamos vivir en un universo de tamaño más reducido, porque en su proceso expansivo no habría tenido tiempo de formar las moléculas necesarias para la existencia de la vida. Es decir, según el principio antrópico, si las condiciones no fuesen las correctas (o sea, que la interacción electromagnética sea la adecuada para permitir la formación de los átomos, la fuerza nuclear sea la adecuada para permitir la formación de los núcleos atómicos, etc.), entonces, nosotros mismos no estaríamos aquí. Los cosmólogos Brandon Carter y Robert Dicke utilizaron este principio para explicar varias relaciones numéricas sorprendentes entre la constante gravitatoria, la masa del protón, etc., que, al parecer, solamente son válidas para la época actual (en un sentido amplio que puede abarcar unos cuantos millones de años) de la historia de la Tierra, lo que parecería indicar que estamos en un período muy especial, y que en cualquier otra época no existiría vida sobre el planeta.

Una formulación fuerte de este principio sostiene, de manera un tanto mística, que la vida humana aparece para dotar de sentido al universo. Los defensores de esta tesis sostienen que, de no darse aquí y ahora las condiciones de nuestra existencia, existiríamos en alguna otra región y en algún otro tiempo. Así, pues, según esta formulación, la respuesta a la pregunta «¿por qué es el universo tal como es?» es que, de haber sido distinto, no estaríamos aquí y no podría realizarse esta pregunta. Pero es que, además, se invoca este principio para explicar la aparición de la conciencia, señalando que las condiciones del universo son justamente las que son (con un precario equilibrio) para permitir la existencia de una inteligencia capaz de formularse esta pregunta.

En las formulaciones de este principio suele darse cierta confusión, ya que el hecho de que nuestra existencia y, en general, la vida (sea en la Tierra o en otra región del universo), dependa de unas condiciones que puedan considerarse precarias, no supone que nuestra existencia determine las propiedades del universo que observamos, sino más bien a la inversa: no es nuestra existencia la que determina estas propiedades, sino que son estas propiedades las que la permiten. Dicho principio no tiene, pues, por qué involucrar ningún aspecto teleológico.

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