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Respecto a las teofanías del Antiguo Testamento, en un rango distinto es necesario considerar las diversas apariciones de Cristo mencionadas al fin de los cuatro evangelios y recordadas en un texto de San Pablo (1Cor 15, 5ss). Según el relato paulino, Cristo apareció a Cefas a los doce, a más de quinientos hermanos, a Santiago y a todos los apóstoles, y, finalmente al mismo apóstol. Los evangelios refieren apariciones a María y las mujeres, los discípulos de Emaús y los siete al borde del lago. Estas diversas apariciones pueden reducirse a dos tipos: las apariciones oficiales cuyos relatos apuntan a la misión que funda la Iglesia, y las apariciones privadas, cuya narración se interesa por el reconocimiento del que se aparece. El lenguaje de las apariciones desborda el marco y las categorías en las que nos expresamos ya que se trata de un acontecimiento escatológico: la resurrección de Jesús no es un retorno a la vida terrestre sino el acceso a la vida que no conoce ya la muerte. Sin embargo, se trata de una experiencia real de los discípulos comunicada por medio del lenguaje del ambiente y de la tradición religiosa. Por iniciativa del Resucitado, los discípulos son preservados de la ilusión que les haría dudar de la autenticidad de su encuentro con el Viviente; para verlo vinculan esta experiencia al pasado que han vivido; para entenderlo miran al futuro.