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Designa en el Antiguo Testamento el proceso de separar, de poner aparte. Se separan del ámbito profano hombres, animales y objetos, y en virtud de esta selección, quedan reservados para la divinidad, lo que puede implicar una aniquilación o una consagración. La evolución de la palabra herem disocia sus dos elementos: por un lado, la destrucción y el castigo ante la infidelidad a Yavhé y; por el otro, en la literatura sacerdotal, la consagración a Dios de un ser humano o un objeto. En el Nuevo Testamento la palabra expresa maldición y Pablo la usa para expresar el juicio de Dios sobre los infieles (Gál 1,8s; 1Cor 16,22). En el uso de los concilios, al anatema es la condena de una proposición juzgada herética o sospechosa.