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Designa la palabra divina cuando se trata de su plenitud personal, es decir, el Hijo de Dios. De este misterio de la palabra divina nos comunica Juan el último secreto, relacionándola en la forma más estrecha con el misterio mismo de Jesús, Hijo de Dios: Jesús es en cuanto Hijo la palabra subsistente, el Verbo de Dios. En cuanto Verbo, Jesús existía desde los principios y ya en el Antiguo Testamento era él quien se manifestaba bajo las formas externas de la palabra revelante. Pero al término de los tiempos, este verbo entró abiertamente en la historia haciéndose carne. De esta manera llevó a término su actividad de revelador y de autor de la salvación.