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El Antiguo Testamento no conoce este concepto en el sentido de consignación escrita de la última voluntad. La herencia se regulaba por el derecho consuetudinario o por alguna otra norma. Sin embargo, está bien documentado este tipo de disposición en el griego diatheke (latín: testamentum). En el Nuevo Testamento, los LXX traducen con esta palabra el hebreo berith (alianza), caracterizando la alianza de Dios con Israel como promesa de salvación. Los escritos del Antiguo Testamento, y luego también los del Nuevo Testamento reconocidos como canónicos, fueron designados por la antigua Iglesia desde el s. II a través del concepto testamentum como disposiciones de Dios que contienen su revelación, donde las denominaciones “Antiguo y Nuevo Testamento” expresan tanto sus aspectos comunes como sus diferencias.