Imaginemos el terror de un hombre primitivo de la edad de hierro ante una tormenta, con rayos que caigan del cielo con energía salvaje; imaginemos además que, en este caso, el rayo se abate sobre un gran árbol, que cae en llamas junto al hombre. La reacción bruta es el miedo, sin razón e instintivo, que empuja a huir o que produce un terror tal que sólo conduce a la parálisis o a la histeria; sin otro punto de partida que la reacción animal bruta no cabe hacer otra cosa, pero la experiencia traumática se recuerda y remodela mediante la imaginación, y el filósofo incipiente se pregunta: «¿Qué es el rayo? ¿De dónde viene? ¿Por qué ha caído cerca de mí?» Esto es ya dejar el miedo bruto y pensar: hacer la hipótesis de que el rayo, que viene de «arriba» y cae «abajo», es de algún modo como las cosas que caen o se arrojan, y buscar los orígenes, razones y causas que den cuenta del fenómeno satisfactoriamente. La pregunta pudiera ser, por ejemplo: «¿Por qué cayó cerca de mí?, ¿por qué aquí y no allí?». Admitir que cae al azar es limitarse al desamparo del miedo bruto; concebir que cae por una razón, todo lo maligna que sea, es ya concebir el rayo como algo semejante a otras cosas que ocurren por una razón. Ahora bien, las razones, por analogía con las razones humanas, entrañan propósitos («por el afán de...», o «con vistas a...»): aquello que hiere, hace daño o aterra ocurre a causa de, o por la razón por la cual hiera, haga daño o aterre; y dicha «razón» es inteligente de acuerdo con la experiencia humana. Uno hiere o hace daño a modo de represalia (lo contrario de «amor con amor se paga»): la Ley del Talión -ojo por ojo, diente por diente- se encuentra entretejida en los más antiguos anales de la actividad humana. El daño se interpreta, pues, como un castigo o como la devolución de un daño previamente inferido y, en cualquier caso, se dispone así de un modo de explicar «la razón» sobre bases que también sirven para comprender la actividad humana. Dando un paso más, «¿qué es el rayo?» Es brillante, fiero y caliente porque produce llamas, aunque a diferencia del fuego, su forma es más definida; es un objeto de cierto tipo, que sería muy análogo, según la experiencia del hombre de la edad de hierro, al metal fundido, lo cual sugiere las técnicas para trabajar los metales, técnicas que a su vez sugieren operarios y los instrumentos de este oficio: el rayo viene de arriba, y ha sido enviado por determinada razón y, por tanto, dirigido o lanzado, y el que lo ha arrojado trabaja el metal, probablemente en una fragua, dándole forma de instrumento de represalia intencionada.
Introducción a la filosofía de la ciencia, 2 vols., Alianza, Madrid 1973, vol. 1, p. 70-71. |