Schopenhauer: el mundo como voluntad y representación

Extractos de obras

«El mundo es mi representación»: ésta es una verdad aplicable a todo ser que vive y conoce, aunque sólo el hombre puede llegar a su conocimiento abstracto y reflexivo; cuando a él llega, ha adquirido al mismo tiempo el criterio filosófico Estará entonces claramente demostrado para él que no conoce un sol ni una tierra, sino únicamente un ojo que ve al sol y una mano que siente el contacto de la tierra; que el mundo que le rodea no existe más que como representación, es decir, única y enteramente en relación a otro ser: el ser que percibe, que es él mismo. Si hay alguna verdad que pueda enunciarse a priori es ésta, pues es la expresión de aquella forma de toda experiencia posible y concebible, más general que todas las demás, tales como las del tiempo, el espacio y la causalidad, puesto que éstas la presuponen. Si cada una de estas formas, que hemos reconocido que son otros tantos modos diversos del principio de razón, es aplicable a una clase diferente de representaciones, no pasa lo mismo con la división en sujeto y objeto, que es la forma común a todas aquellas clases, la forma única bajo la cual es posible y concebible una representación de cualquier especie que sea, abstracta o intuitiva, pura o empírica. No hay verdad alguna que sea más cierta, más independiente de cualquiera otra y que necesite menos pruebas que ésta; todo lo que existe para el conocimiento, es decir, el mundo entero, no es objeto más que en relación al sujeto, no es más que percepción de quien percibe; en una palabra: representación. Esto es naturalmente verdadero respecto de lo presente, como respecto de todo lo pasado y de todo lo por venir, de lo lejano como de lo próximo, puesto que es verdad respecto del tiempo y del espacio, en los cuales únicamente está separado todo. Cuanto forma o puede formar parte del mundo está ineludiblemente sometido a tener por condición al sujeto, y a no existir más que para el sujeto. El mundo es representación.

No es nueva, en manera alguna, esta verdad. Existía ya en el fondo de las consideraciones escépticas que Descartes tomó como punto de partida, pero Berkeley fue el primero que la enunció resueltamente, con lo cual prestó un servicio eminente a la Filosofía, aunque el resto de sus doctrinas no merece recordación.

La primera falta de Kant consistió en haber dado poca importancia a este principio. En cambio, esta verdad capital fue conocida desde los primeros tiempos por los sabios de la India, puesto que es el principio fundamental de la filosofía Vedanta atribuida a Vyasa. Así lo atestigua W. Jones en la última de sus disertaciones titulada: On the philosophy of the Asiatics (Asiatk researches, vol. IV, pág. 164): «EI dogma fundamental de la escuela Vedanta no consiste en negar la existencia de la materia, es decir, de la solidez, impenetrabilidad y extensión (negar esto sería insensato), sino en rectificar la opinión vulgar en este punto y en afirmar que la materia no tiene existencia independiente de la percepción mental, puesto que la existencia y perceptibilidad son términos convertibles uno en otro.» Este pasaje expresa con suficiente claridad la coexistencia de la realidad empírica con la idealidad transcendental.

Bajo este aspecto únicamente, es decir, sólo como representación, vamos a considerar al mundo en este primer libro. Pero este punto de vista, sin que por ello pierda nada de su verdad, es unilateral, es decir, producido por un trabajo voluntario de abstracción. Esto es lo que explica la repugnancia que siente cualquiera a admitir que el mundo no es más que su representación, aunque por otra parte nadie puede negarlo. El libro siguiente vendrá a completar este aspecto unilateral con una verdad que no es tan inmediatamente cierta como ésta de que aquí partimos, y que exige investigaciones más profundas, una abstracción más difícil, la separación de los elementos diferentes y la reunión de los que son idénticos; una verdad, en suma, grave y propia para hacer reflexionar, si no temblar, a cualquier hombre: a saber, que al mismo tiempo que dice: «El mundo es mi representación», puede y debe decir: «El mundo es mi voluntad».

El mundo como voluntad y representación, Orbis, Barcelona 1985, vol. I, § 1, p. 17-18.