Sartre: el psicoanálisis existencial

Extractos de obras

Si verdad es que la realidad humana, como hemos tratado de establecerlo, se anuncia y se define por los fines que persigue, se hace indispensable el estudio y la clasificación de esos fines. En efecto, en el capítulo anterior hemos considerado al Para-sí sólo según la perspectiva de su libre proyecto, es decir, del impulso por el cual se arroja hacia su fin. Conviene ahora interrogar a este fin mismo, pues forma parte de la subjetividad absoluta como límite trascendente y objetivo de ésta. Es lo que ha presentido la psicología empírica, que admite que un hombre particular se define por sus deseos. Pero debemos precavernos contra dos errores: en primer lugar, el psicólogo empírico, al definir al hombre por sus deseos, permanece víctima de un error sustancialista. Ve el deseo como existente en el hombre a título de «contenido» de conciencia, y cree que el sentido del deseo es inherente al deseo mismo. Así. evita todo cuanto pudiera evocar la idea de una trascendencia Pero, si deseo una casa, un vaso de agua, un cuerpo de mujer, ¿cómo podría ese cuerpo, ese vaso, ese inmueble residir en mi deseo, y cómo podría este ser otra cosa que la conciencia de tales objetos como deseables? Guardémonos, pues, de considerar los deseos como pequeñas entidades psíquicas que habiten la conciencia: son la conciencia misma en su estructura original pro-yectiva y trascendente en tanto que es por principio conciencia de algo.

El otro error, que mantiene profundas conexiones con el primero, consiste en estimar terminada la investigación psicológica una vez que se alcanza el conjunto concreto de los deseos empíricos. [...]

La cuestión se plantea, pues, más o menos en estos términos: si admitimos que la persona es una totalidad, no podemos esperar recomponerla por una adición o una organización de las diversas tendencias que hemos descubierto empíricamente en ella. Al contrario, en cada inclinación o tendencia se expresa la persona toda entera, aunque, según una perspectiva diferente, algo así como la sustancia spinoziana se expresa íntegra en cada uno de sus atributos. Siendo así, hemos de descubrir en cada tendencia, en cada conducta del sujeto, una significación que la trasciende. Estos celos fechados y singulares en que el sujeto se historializa con respecto a determinada mujer significan, para quien sabe leerlos, la relación global con el mundo por la cual el sujeto se constituye como un sí-mismo. Dicho de otro modo, esa actitud empírica es de por si la expresión de la «elección de un carácter inteligible». Y no hay misterio en que sea así, ni tampoco hay un plano inteligible que podamos solo pensar, mientras que captaríamos y conceptualizaríamos únicamente el plano de existencia empírica del sujeto: si la actitud empírica significa la elección del carácter inteligible, se debe a que ella misma es esa elección En efecto, el carácter singular de la elección inteligible (sobre lo cual volveremos) consiste en que no podría existir sino como la significación trascendente de cada elección concreta y empírica: no se efectúa primero en algún inconsciente o en el plano numérico para expresarse después en tal o cual actitud observable; ni siquiera tiene preeminencia ontológica sobre la elección empírica, sino que es, por principio, aquello que debe siempre desprenderse de la elección empírica, como su más allá y como la infinidad de su trascendencia. Así, si remo por el río, no soy nada más -ni aquí ni en otro mundo- que este proyecto concreto de remar. Pero este proyecto mismo, en tanto que totalidad de mi ser, expresa mi elección original en condiciones particulares; no es sino la elección de mí mismo como totalidad en esas circunstancias. Por eso hace falta un método especial para extraer esa significación fundamental que el proyecto comporta y que es el secreto individual de su ser-en-el-mundo. Así, pues, intentaremos descubrir y extraer el proyecto fundamental común a las diversas tendencias empíricas de un sujeto comparándolas entre sí más bien que sumándolas o recomponiéndolas simplemente: en cada una de ellas está la persona íntegra.

Naturalmente, hay una infinidad de proyectos posibles, como hay una infinidad de hombres posibles. Empero, si debemos reconocer ciertos caracteres comunes y tratar de clasificarlos en categorías más amplias, conviene ante todo instituir encuestas individuales sobre los casos que podamos estudiar más fácilmente. En ellas, nos guiaremos por este principio: no detenernos sino ante la irreductibilidad evidente, es decir, no creer jamás que se ha alcanzado el proyecto inicial hasta que el fin proyectado aparezca como el ser mismo del sujeto que consideramos. Por eso no podremos limitarnos a llegar a clasificaciones en «proyecto auténtico» y «proyecto inauténtico de si mismo», como la que quiere establecer Heidegger. Aparte de que tal clasificación está viciada por una preocupación ética, pese a su autor y en virtud de su misma terminología, se basa, en suma, en la actitud del sujeto hacia su propia muerte. Pero si la muerte es angustiosa y, por consiguiente, podemos rehuir la angustia o arrojarnos resueltamente a ella, es una tautología decir que lo hacemos por apego a la vida Entonces, la angustia ante la muerte y la resuelta decisión o la huida en la inautenticidad no podrían ser consideradas como proyectos fundamentales de nuestro ser. Al contrario, sólo será posible comprenderlas sobre el fundamento de un primer proyecto de vivir, es decir, sobre una elección originaria de nuestro ser. Conviene, pues, en cada caso, trascender los resultados de la hermenéutica heideggeriana hacia un proyecto aún más fundamental.

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Por otra parte, la pura y simple descripción empírica solo puede darnos nomenclaturas y ponernos en presencia de seudoirreductibles (deseo de escribir o de nadar, amor al riesgo, celos, etc.). En efecto, no solo importa catalogar conductas, tendencias e inclinaciones, sino que, además, es preciso descifrarlas, es decir, saber interrogarlas. Esta indagación solo puede llevarse a cabo según las reglas de un método específico, al cual llamamos psicoanálisis existencial.

El principio de este psicoanálisis es que el hombre es una totalidad y no una colección; que, en consecuencia, se expresa íntegro en la más insignificante y superficial de sus conductas; en otras palabras, no hay gusto, tic, acto humano que no sea revelador.

El objeto del psicoanálisis es descifrar los comportamientos empíricos del hombre, es decir, sacar a plena luz las revelaciones que cada uno de ellos contiene y fijarlas conceptualmente.

Su punto de partida es la experiencia; su punto de apoyo, la comprensión preontológica y fundamental que tiene el hombre de la persona humana. Aunque la mayoría de la gente, en efecto, pueda pasar por alto las indicaciones contenidas en un gesto, una palabra o una mímica y equivocarse sobre la revelación que estos aportan, cada persona humana posee a priori el sentido del valor revelador de esas manifestaciones y es capaz de descifrarlas, por lo menos si se la ayuda y conduce de la mano. En este como en otros casos, la verdad no se encuentra por azar, no pertenece a un dominio en que haya de buscársela sin haber tenido nunca presciencia de ella, como pueden ir a buscarse las fuentes del Nilo o del Niger. Pertenece a priori a la comprensión humana, y el trabajo esencial es una hermenéutica, es decir, un desciframiento, fijación y conceptualización.

Su método es comparativo: puesto que, en efecto, cada conducta humana simboliza a su manera la elección fundamental que ha de sacarse a luz, y puesto que, a la vez, cada una de ellas enmascara esa elección bajo sus caracteres ocasionales y su oportunidad histórica, la comparación entre esas conductas nos permitirá hacer brotar la revelación única que todas ellas expresan de manera diferente. El primer esbozo de este método nos lo ofrece el psicoanálisis de Freud y de sus discípulos. Por eso conviene desde luego señalar con más precisión en qué medida el psicoanálisis existencial se inspirará en el psicoanálisis propiamente dicho, y en qué medida diferirá radicalmente de él.

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Es un método destinado a sacar a luz, con una forma rigurosamente objetiva, la elección subjetiva por la cual cada persona se hace persona, es decir, se hace anunciar lo que ella misma es.

El ser y la nada, cuarta parte, cap. II, Losada, Buenos Aires 1976, traducción de Juan Valmar, selección de p.680, 687-700.