Toda ciencia emplea términos llamados términos universales, como «energía», «velocidad», «carbón», «blancura», «evolución», «justicia», «Estado», «humanidad». Estos son distintos de la clase de términos que llamamos términos singulares o conceptos individuales, como «Alejandro Magno», «El Cometa Halley», «La Primera Guerra Mundial». Términos como éstos son nombres propios, rótulos colocados por convención sobre las cosas individuales que denotan. Sobre la naturaleza de los términos universales hubo una larga y a veces encarnizada disputa entre dos bandos. Uno sostenía que los universales se distinguen de los nombres propios, sólo en que designan a los miembros de un grupo o clase de cosas, en vez de a una sola cosa. El término universal «blanco», por ejemplo, sería en opinión de este bando, nada más que un rótulo colocado sobre un grupo de muchas cosas diferentes -copos de nieve, manteles y cisnes, por ejemplo-. Ésta es la doctrina del bando nominalista.Es combatida por una doctrina llamada tradicionalmente «realismo» -un nombre algo desorientador, dado que esta teoría «realista» también ha sido llamada «idealista»-. Me propongo, por tanto, volver a bautizar a esta teoría anti-nominalista con el nombre de «esencialismo». Los esencialistas niegan que primero reunamos un grupo de cosas singulares y luego les pongamos el rótulo de «blancas»; por el contrario, llamamos blanca a cada una de las cosas blancas singulares por razón de una cierta propiedad intrínseca que tiene en común con otras cosas blancas: a saber, la «blancura». Esta propiedad, denotada por el término universal, es considerada como un objeto que merece ser investigado tanto como cualquiera de las cosas individuales mismas. (El nombre de «realismo» deriva de la aserción de que los objetos universales, por ejemplo, blancura, existen «realmente», por encima de las cosas singulares o de los grupos de cosas singulares.) Por tanto, se sostiene que los términos universales denotan objetos universales, exactamente de la misma forma que los términos singulares denotan cosas individuales. Estos objetos universales (llamados por Platón, «Formas» o «Ideas») designados por los términos universales también fueron llamados «esencias».
Pero el esencialismo no sólo cree en la existencia de los universales (es decir, objetos universales), también destaca su importancia para la ciencia. Hace notar que los objetos singulares muestran muchos caracteres accidentales, caracteres que no tienen interés para la ciencia. Para tomar un ejemplo de las ciencias sociales: la economía se interesa por el dinero y el crédito, pero no por las formas particulares bajo las que aparecen monedas, billetes o cheques. La ciencia debe apartar lo accidental y penetrar hasta la esencia de las cosas. Pero la esencia de cualquier cosa es siempre algo universal.
La miseria del historicismo, Alianza, Madrid 1973, p. 40-42. |