Popper: el mito de la opinión pública

Extractos de obras

Una reacción contra este mito racionalista y optimista [«Nadie que se enfrente con la verdad puede dejar de reconocerla»] es la versión romántica de la teoría de la vox populi,la doctrina de la autoridad y univocidad de la voluntad popular, de la«volonté générale», del espíritu del pueblo, del genio de la nación, del espíritu del grupo o del instinto de sangre. No necesito repetir aquí la crítica que Kant y otros -entre ellos, yo mismo- han dirigido contra esas doctrinas de la aprehensión irracional de la verdad que culmina en la doctrina hegeliana de la astucia de la razón, que usa nuestras pasiones como instrumentos para la aprehensión instintiva o intuitiva de la verdad; y que hace imposible que el pueblo se equivoque, especialmente si sigue el dictado de sus pasiones y no el de su razón.

Una variante importante y aún muy influyente de ese mito es el del progreso de la opinión pública, que no es sino el mito de la opinión pública liberal del siglo XIX. [...] Es la teoría de que hay líderes o creadores de la opinión pública que -mediante libros, panfletosy cartas[...] o mediante discursos y mociones parlamentarios- logran que ciertas ideas rechazadas en un principio sean luego debatidas y, finalmente, aceptadas. Se concibe a la opinión pública como una especie de respuesta pública a los pensamientos y esfuerzos de esos aristócratas del espíritu que crean nuevos pensamientos, nuevas ideas y nuevos argumentos. Se la concibe como lenta, un poco pasiva y conservadora por naturaleza, pero sin embargo capaz, finalmente, de discernir intuitivamente la verdad de las afirmaciones de los reformadores, como el árbitro lento, pero definitivo y autorizado, de los debates de la élite. [...]

Esta entidad intangible y vaga llamada opinión pública a veces revela una sagacidad sin rebuscamiento, o más a menudo, una sensibilidad moral superior a la del equipo gobernante. Sin embargo, constituye un peligro para la libertad si no está moderada por una fuerte tradición liberal. Es peligrosa como árbitro del gusto e inaceptable como árbitro de la verdad. Pero a veces puede asumir el papel de un ilustrado árbitro de la justicia. (Ejemplo: la liberación de los esclavos en las colonias británicas). Desgraciadamente, puede ser «administrada». Sólo es posible contrarrestar esos peligros reforzando la tradición liberal.

Debe distinguirse la opinión pública de la publicidad de la discusión libre y crítica que es (o debería ser) la norma en la ciencia, y que incluye la discusión de problemas de justicia y otros temas morales. La opinión pública recibe la influencia de las discusiones de este tipo, pero no es el resultado de ellas, ni está bajo su control. Su influencia benéfica será tanto mayor cuanto más honestas, simples y claras sean tales discusiones.

El desarrollo del conocimiento científico. Conjeturas y refutaciones, Paidós, Buenos Aires 1972, p. 401- 408.