El criterio de demarcación inherente a la lógica inductiva [...] equivale a exigir que todos los enunciados de la ciencia empírica (o todos los enunciados «con sentido») sean susceptibles de una decisión definitiva con respecto a su verdad y a su falsedad; podemos decir que tienen que ser «decidibles de modo concluyente». Esto quiere decir que han de tener una forma tal que sea lógicamente posible tanto verificarlos como falsarlos. Así, dice Schlick: «...un auténtico enunciado tiene que ser susceptible de verificación concluyente»; y Waismann escribe, aún con mayor claridad: «Si no es posible determinar si un enunciado es verdadero, entonces carece enteramente de sentido; pues el sentido de un enunciado es el método de su verificación».
Ahora bien; en mi opinión, no existe nada que pueda llamarse inducción. Por tanto, sería lógicamente inadmisible la inferencia de teorías a partir de enunciados singulares que estén «verificados por la experiencia».[...] Así, pues, las teorías no son nunca verificables empíricamente. Si queremos evitar el error positivista de que nuestro criterio de demarcación elimine los sistemas teóricos de la ciencia natural, debemos elegir un criterio que nos permita admitir en el dominio de la ciencia empírica incluso enunciados que no puedan verificarse. Pero, ciertamente, sólo admitiré un sistema entre los científicos o empíricos si es susceptible de ser contrastado por la experiencia. Estas consideraciones nos sugieren que el criterio de demarcación que hemos de adoptar no es el de la verificabilidad, sino el de la falsabilidad de los sistemas. Dicho de otro modo: no exigiré que un sistema científico pueda ser seleccionado, de una vez para siempre, en un sentido positivo; pero sí que sea susceptible de selección en un sentido negativo por medio de contrastes o pruebas empíricas: ha de ser posible refutar por la experiencia un «sistema científico empírico».
La lógica de la investigación científica, Tecnos, Madrid 1977, p. 39-40. |