Platón: la dialéctica

Extractos de obras

--Bien, Glaucón, por último, después de todos los preludios, he aquí la melodía de que te hablaba; quien la ejecuta es la dialéctica. Ciencia puramente inteligible, pero puede estar representada por el órgano de la vista que, como hemos dicho, primero se ensaya con los animales, después se eleva hasta los astros y por último hasta el mismo sol. Del mismo modo, el que se entrega a la dialéctica, que, sin ninguna intervención de los sentidos, se eleva por la sola razón hasta la esencia de las cosas y no se detiene hasta que ha captado con el pensamiento la esencia del bien, éste ha llegado al término de lo inteligible, igual que el que ve el sol ha llegado al término de lo visible.

--Es verdad.

--¿No es a esto que llamas el avance dialéctico?

--Sí.

--Acuérdate del hombre de la caverna. Liberado de sus cadenas, se vuelve de las sombras hacia las figuras artificiales y la claridad que las proyecta; sale de Ia caverna y sube hacia el sol; y allí, como puede dirigir directamente sus ojos hacia los animales, las plantas y el sol, contempla primero en las aguas sus imágenes divinas y las sombras de los seres verdaderos, en lugar de las sombras de objetos artificiales proyectadas por una luz que sólo es una imagen del sol. Esto es exactamente le que hace el estudio de las ciencias que ya hemos examinado. Eleva la parte más noble del alma hasta la contemplación del ser más excelente de todos, igual que acabamos de ver que el más penetrante de los órganos del cuerpo se elevaba a la contemplación de lo más luminoso que hay en el mundo corpóreo y visible.

--Admito lo que dices, replicó Glaucón. No es que me sea fácil admitirlo, pero me parece muy difícil negarlo. [...] Supongamos que es como dices, pasemos a nuestra melodía y estudiémosla con el mismo cuidado con que lo hemos hecho en el preludio. Dinos en qué consiste la dialéctica, en cuántas clases se divide y por qué caminos se llega a ella, ya que parece que estos caminos son los que conducen al término en que el viajero fatigado halla el descanso y el fin de su correr.

--Mucho temo que no puedas seguirme hasta ahí, mi querido Glaucón. Pues en lo que a mí se refiere, la buena voluntad no me faltará. Verás entonces, no ya la imagen del bien, sino el verdadero bien en sí, o al menos tal como me parece. No se trata ahora de si me equivoco o no, sino que se trata de probar que existe algo parecido, ¿no es así?

--Sin duda.

--¿Y que sólo la dialéctica puede descubrirlo a un espíritu ya experto en las ciencias que ya hemos examinado, y que es imposible de otro modo?

--Esto es lo que se trata de probar.

--Al menos, hay un punto que nadie pondrá en duda: es que el método dialéctico es el único que intenta llegar metódicamente a la esencia de cada cosa, mientras que la mayoría de las artes, sólo se ocupan de las opiniones de los hombres y de sus gustos, de la producción y fabricación, o aún se limitan a la conservación de los productos naturales o fabricados. En cuanto a las otras, como la geometría y las ciencias que la acompañan, ya hemos dicho que comprenden algo del ser; pero el conocimiento que tienen se parece a un sueño, y son incapaces de verlo con la visión nítida y segura que distingue al estado de vigilia y se contentan con hipótesis de las que no pueden dar razón. En efecto, cuando se toma como principio aquello que no se conoce, y cuando las conclusiones y las proposiciones intermedias proceden de lo que no se conoce, ¿es posible que tal entretejido de hipótesis constituya jamás una ciencia?

--Es imposible, dijo.

--Así pues, continué, sólo el método dialéctico, apartando las hipótesis, va derechamente al principio para establecerlo sólidamente; saca lentamente al ojo del alma de la ciénaga en que está hundido, y lo eleva hacia arriba con la ayuda y por el ministerio de las artes de que hemos hablado. Les hemos dado varias veces el nombre de ciencias para acomodarnos al uso; pero habría que darles otro nombre que estuviese entre la obscuridad de la opinión y la evidencia de la ciencia: hemos utilizado en algún lugar el nombre de conocimiento razonado. Por lo demás, no se trata de discutir sobre los nombres, me parece, cuando tenemos cosas tan importantes que examinar.

--Tienes razón, corresponde al pensamiento aclarar los términos.

--Así, consideramos adecuado llamar ciencia al primer y más perfecto modo de conocer; conocimiento razonado, al segundo; fe, al tercero; y conjetura al cuarto. Comprendemos los dos últimos bajo el nombre de opinión y los dos primeros bajo el de inteligencia, teniendo la opinión como objeto el devenir, y la inteligencia el ser. Así, la inteligencia es respecto de la opinión, lo que el ser es respecto del devenir; y lo que la inteligencia es a la opinión, la ciencia lo es a la fe, y el conocimiento razonado a la conjetura. Pero dejemos, Glaucón, la analogía de estos dos órdenes, el de la inteligencia y el de la opinión, así como el detalle de la subdivisión de cada uno de ellos, para no meternos en discusiones más largas que las que ya hemos sostenido.

--Asiento a todo lo que has dicho, Sócrates, en la medida en que soy capaz de seguirte.

--¿Llamas también dialéctico a aquel que da razón de lo que es cada cosa en sí? ¿Y dices de un hombre que tiene la inteligencia de una cosa cuando no puede dar razón de ella ni a si mismo ni a los demás?

--¿Cómo podría decir que la tiene?

--Lo mismo ocurre con el bien. Si un hombre no puede, distinguiendo la idea del bien de todas las demás, dar de ella una definición precisa; si no sabe abrirse paso a través de todas las objeciones, como un valiente en la refriega, aplicándose a fundamentar sus pruebas, no según la opinión, sino según la realidad; si no puede superar todos los obstáculos con el poder de la lógica, ¿no dirás que este hombre no conoce ni el bien en sí ni ningún bien, que si conoce alguna imagen del bien, se fundamenta en la apariencia, no en la ciencia, que su vida actual transcurre en un profundo sueño lleno de vanos ensueños del que no se despertará en este mundo, antes de ir al Hades a dormir con sueño perfecto?

--Sí, sin duda, diría todo esto.

--Pero si un día llegas a educar realmente a estos niños, cuya educación ahora sólo llevas a cabo con palabras, ¿los pondrías acaso al mando de la ciudad y les concederías un gran poder, si fuesen extraños a la razón como estas líneas que llamamos irracionales?

--Cierto que no.

--¿Les prescribirás pues que se apliquen particularmente al estudio de esta ciencia que debe hacerlos capaces de preguntar y responder con la mayor sabiduría posible?

--Sí, se lo recomendaría, de acuerdo contigo.

--Así, ¿consideras que la dialéctica es, por así decirlo, la cima y coronamiento de todas las demás ciencias, que no hay ninguna que pueda con razón ponerse por encima de ella, y que estamos ya al fin de nuestra investigación sobre las ciencias que importa aprender?

--Sí.

República, VII, 532a-535a. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.30-33).