Sócrates.- Para mí es evidente que todo ha sido en realidad un juego que hemos jugado; pero si se pudiera comprender técnicamente la función de los dos modos de proceder en lo que el azar nos ha hecho decir, no sería tarea ingrata.
Fedro.- ¿Cuáles son, pues?
Sócrates.-El primero consiste en reducir a una idea única, en una visión de conjunto, lo que está diseminado por muchas partes, a fin de que la definición de cada cosa haga manifiesto aquello sobre lo cual se quiere instruir en cada caso, como acabamos de hacer ahora a propósito del amor; una vez definido lo que éste es, haya sido buena o mala la definición, al menos, gracias a ella, el discurso ha podido expresarse con claridad y consecuentemente consigo mismo.
Fedro.- Y del otro modo de proceder, ¿qué dices, Sócrates?
Sócrates.-Consiste en poder, recíprocamente, dividir el discurso por sus articulaciones naturales y no ponerse a destrozar ninguna de sus partes como un mal carnicero, sino proceder como nuestros dos discursos, que comprendían en una idea única la locura de la mente; pero del mismo modo que de un solo cuerpo parten miembros que son por naturaleza dobles y homónimos, que se llaman izquierdos y derechos, así también los dos discursos, después de haber reducido a una sola idea natural todo lo relativo al extravío de la mente, el primero de ellos, separando la parte de la izquierda y dividiéndola a su vez, no cesó hasta haber encontrado en ella una especie de amor siniestro que vituperó muy justamente; y el segundo, después de conducirnos a la parte derecha de la locura, descubrió y nos presentó una clase de amor que lleva el mismo nombre que el otro, pero que, en cambio, es divino, y que elogió como causa para nosotros de los mayores bienes.
Fedro.- Es muy verdad lo que dices.
Sócrates.-De esas divisiones y composiciones (ton diaireseon kai synagogon), Fedro soy un apasionado, a fin de ser capaz de hablar y de pensar; y si creo que hay en otro una aptitud natural para ver hacia lo uno y hacia la multiplicidad, lo persigo «por las huellas que deja tras sí como a un dios», y por cierto también que a los que pueden hacerlo-dios sabe si tengo razóno no para darle este nombre- los llamo «dialécticos».
Fedro 265c-266b (en Obras completas, Aguilar, Madrid 1972, p. 876). |