No se abandona una posición extrema por una posición moderada sino por otra igualmente extrema, pero contraria. Y así es como la creencia en la inmortalidad absoluta de la naturaleza, en su falta de sentido y de fin, se apodera de nosotros como una pasión psicológicamente necesaria, cuando ya no puede mantenerse la creencia en Dios y en un orden esencialmente moral del universo. El nihilismo aparece entonces, pero no porque la desgana por la vida sea mayor que antes, sino porque nos hemosvuelto desconfiados hacia todo tipo de «sentido» atribuido al mal e incluso a la existencia. Una interpretación entre otras ha naufragado, pero como se creyó que era la única interpretación posible, parece que la existencia ya no tenga sentido, que todo sea en vano.
Queda por demostrar que este «todo es en vano» caracteriza al nihilismo actual. La desconfianza respecto a nuestros antiguos juicios de valor llega a plantear esa pregunta: ¿Todos los «valores» no serían medios de seducción destinados a prolongar la comedia sin llegar nunca al desenlace? Si es verdad que «todo es en vano», si no hay objetivo ni fin, la duración se convierte en el pensamiento más paralizador, sobre todo si uno se siente engañado y sin la fuerza necesaria para no dejarse engañar.
Consideremos ese pensamiento en su forma más temible: la existencia tal como es, sin sentido ni finalidad, pero inevitablemente retornando sobre sí, sin desembocar en la nada: el Eterno Retorno.
¡Esta es la forma extrema del nihilismo!: ¡la Nada (el «absurdo») eterna!
Forma europea del budismo: la energía del saber y de la fuerza obliga a semejante creencia. Es la más científica de todas las hipótesis posibles. Nosotros negamos las causas finales: si la existencia tuviese un fin, ya lo habría alcanzado.
Entonces comprendemos que se aspira a lo contrario del panteísmo, pues si «todo es perfecto, divino, eterno», debe creerse igualmente en el «Eterno Retorno». Un problema: la abolición de la moral ¿es también la abolición de esa afirmación panteísta de todo lo que existe? En el fondo, lo que se ha superado es sólo el Dios moral. ¿Tendría sentido imaginar todavía un Dios situado «más allá del bien y del mal»? ¿Sería posible aún un panteísmo de ese cariz? Si suprimimos de la evolución la idea de un fin, ¿afirmaremos no obstante la evolución? Sí, en tanto en cuanto fuesealcanzado siempre un único y mismo fin dentro de esa evolución y en cada uno de sus momentos. Spinoza llegó a formular una afirmación de ese tipo atribuyendo a cada instante una necesidad lógica; y gracias a su incomprensible instinto lógico, pudo salir victorioso de un mundo construido de ese modo.
Pero su caso no es más que un caso particular. Si en el fondo de todo devenir hubiese un carácter fundamental que se manifestase por ese devenir, sería preciso que todo individuo, reconociendo en ese carácter el rasgo fundamental de su propia naturaleza, afirmase triunfalmente todos los momentos del devenir universal. Para ello bastaría que el individuo sintiese en sí mismo ese carácter como bueno, precioso, agradable.
Pero la moral ha protegido a la vida contra la desesperación, contra el hundirse en la nada entre los hombres y los grupo brutalizados y oprimidos por otros hombres: pues el sentimiento de nuestra impotencia contra los hombres y no contra Ia naturaleza es lo que engendra la amargura más desesperada contra la existencia. La moral ha considerado a los poderosos, los violentos, etc., y en general, a los «señores», como los enemigos del hombre común, de los cuales hay que protegerlo, es decir, alentarlo y fortalecerlo. Por consiguiente, la moral ha enseñado a odiar, a despreciar en lo más profundo del alma lo que constituye el rasgo distintivo de los señores: su voluntad de poder. Para negar, destruir y aniquilar esa moral tendría que adoptarse en lugar del instinto más aborrecido un sentimiento y un juicio de valor inversos. Si el que sufre, el oprimido, dejase de creer que tiene el derecho de despreciar la voluntad de poder, se precipitaría en una desesperación incurable. Se daría este caso si ese carácter fuese esencial para la vida si se comprobase que incluso esta voluntad moral dé hacer el bien no es más que una máscara de la «voluntad de poder», que este odio y este desprecio mismos son todavía voluntad de poder. El oprimido se daría cuenta entonces de que está situado en el mismo nivel que su opresor, sin privilegios ni superioridad de ninguna clase.
¡Muy al contrario!, no hay nada en la vida que tenga valor excepto el grado de poder -si se admite que la vida misma es voluntad de poder. La moral ha protegido a los desheredados contra el nihilismo, atribuyendo a todo hombreun valor infinito, un valor metafísico, e integrándolo en una jerarquía que no coincide con la del poder secular; la moral ha enseñado la resignación, la humildad, etc. Suponiendo que la creencia en esa moral desapareciese, los desheredados, privados de consuelo, desaparecerían.
Esa desaparición se presenta como una destrucción, una selección instintiva de la fuerza destructora. Síntoma de esa autodestrucción de los desheredados: la autovivisección, la intoxicación, la embriaguez, el romanticismo, y sobre todo la necesidad instintiva de realizar unos actos que suscitan contra ellos el odio mortal de los poderosos (como si se seleccionase uno mismo sus propios verdugos), la voluntad de destruir, expresión de un instinto más profundo aún que la voluntad de destruirse: la voluntad de la nada.
El nihilismo es el síntoma de que los desheredados han perdido toda posibilidad de consuelo; de que destruyen para que se les destruya; de que, privados de la moral, ya no disponen de ninguna razón para «resignarse»: de que se sitúan en el plano del principio contrario y quieren, también ellos, ejercer el poder obligando a los poderosos a convertirse en sus verdugos. Tal es la forma europea del budismo, de la negación activa, una vez la existencia ha perdido su «sentido».
No es que la «indigencia» haya aumentado: ¡al contrario!: «Dios, moral, resignación eran remedios contra un terrible grado de miseria: el nihilismo activo aparece en circunstancias relativamente mucho más favorables. El mero hecho de sentir que la moral está superada presupone un relativo nivel cultural, y éste a su vez presupone un relativo bienestar. Un relativo cansancio intelectual, llevado por el largo conflicto de las opiniones filosóficas hasta un escepticismo desesperado respecto a toda filosofía, caracteriza también el nivel en modo alguno mediocre de esos nihilistas. Piénsese en las circunstancias en que apareció Buda. La doctrina del Eterno Retorno tendría premisas científicas (como las tenía la doctrina de Buda, por ejemplo: el principio de causalidad, etc.).
¿Qué significa en nuestros días la palabra «desheredado»? Sobre todo tiene un sentido fisiológico, ya no político. La clase más insana del hombre europeo (en todos los estratos) es el terreno en que crece ese nihilismo; ella concebirá la creencia en el Eterno Retorno como una maldición que cuando hiere hace que no pueda retrocederse ante ningún acto; esos no sólo querrán extinguirse pasivamente, sino extinguir voluntariamente todo lo que hasta ese punto está desprovisto de sentido y finalidad; a pesar de que se trate sólo de un estertor de una rabia ciega ante la idea de que todo existe desde toda la eternidad, incluso este momento de nihilismo y de ansia de destrucción. El valor de semejante crisis es que purifica, que agrupa a los elementos análogos y los hace destruirse entre si que asigna tareas comunes a los hombres de mentalidades más opuestas, que, incluso entre ellos, saca a la luz a los más débiles, a los más inseguros, y da así impulso a una nueva jerarquía de las fuerzas, basada en la salud; los señores reconocidos como señores, los esclavos reconocidos como esclavos. Esto, desde luego, fuera de todos los órdenes sociales existentes.
¿Quiénes aparecerán entonces como los más fuertes? Los más moderados, los que no tienen necesidad de creencias extremas. Los que no sólo aceptan sino que aman una buena porción de azar, de absurdidad. Los que son capaces de despreciar intensamente el valor del hombre sin por ello verse empequeñecidos o debilitados: los más ricos en salud, los que están en condiciones de soportar las mayores desgracias y que, por ello, ya no temen la desgracia- hombres seguros de su poder y que representan con un consciente orgullo el grado de fuerza alcanzado por el hombre.
¿Qué pensaría un hombre así del Eterno Retorno?
(Voluntad de Poder, libro II, Introducción, § 8.)
En torno a la voluntad de poder, Península, Barcelona 1973, p.157-162. |