El mundo de las relaciones objetivas y del determinismo, el mundo de la ciencia positiva es, a la vez, el mundo más impersonal, el más inhumano, el más alejado de la existencia. La persona no encuentra en él su sitio porque, en la perspectiva que tiene de la realidad, no cuenta para nada una nueva dimensión que la persona introduce en el mundo: la libertad. Hablamos aquí de libertad espiritual. Es preciso distinguirla cuidadosamente de la libertad del liberalismo burgués.
Los regímenes autoritarios tienen por costumbre el afirmar que ellos defienden contra el liberalismo la verdadera libertad del hombre, cuyo acto propio no es la posibilidad de suspender sus actos o de negarse indefinidamente, sino de adherirse.
Tienen razón en lo de que el liberalismo, vacío de toda fe, ha trasladado el valor de la libertad, de su fin, a los modos de su ejercicio. La espiritualidad del acto libre le parece entonces que no es el darse un fin, ni incluso elegirlo, sino el estar al borde de la elección, siempre disponible, siempre suspendido y nunca comprometido. En el concluir, en el actual ve la suprema grosería.
La condición esclavizada de la persona, sobre la que el marxismo ha llamado la atención, ha dividido, sin embargo, a los hombres en dos clases en cuanto al ejercicio de la libertad espiritual. Los unos, suficientemente apartados de las necesidades de la vida material para poder ofrecerse el lujo de esta disponibilidad, hacían de ella una forma de su ocio, llena de mucha complacencia y totalmente desprovista de amor. Los otros, a los que no se les dejaba ver otra cara de la libertad más que la de las libertades políticas, recibían el simulacro de ellas en un régimen que les quitaba poco a poco toda eficacia y retiraba disimuladamente a sus beneficiarios la libertad material que les hubiese permitido el ejercicio de una auténtica libertad espiritual.
Los fascismos y el marxismo tienen razón al denunciar en esta forma de libertad un poder de ilusión y de disolución. La libertad de la persona es la libertad de descubrir por sí misma su vocación y de adoptar libremente los medios de realizarla. No es una libertad de abstención, sino una libertad de compromiso. Lejos de excluir toda violencia material, implica en el corazón de su ejercicio las disciplinas que son la condición misma de su madurez. Impone igualmente, en el régimen social y económico, todas las violencias materiales necesarias cada vez que a favor de condiciones históricas dadas la libertad material dejada a las personas o los grupos cae en la esclavitud o coloca en situación de inferioridad a alguna otra persona. Ya es decir bastante que la reivindicación de un régimen de libertad espiritual no tiene ninguna solidaridad con la prohibición de los fraudes a la libertad y de las opresiones secretas cuya anarquía liberal ha infestado el régimen político y social de las democracias contemporáneas.
Pero cuanto más necesarias son estas precisiones, tanto más importa el denunciar este primario y grosero descrédito en el que algunos intentan hoy arrojar a la libertad, solidariamente con el liberalismo agonizante. La libertad de la persona es adhesión. Pero esta adhesión no es propiamente personal más que si es un compromiso consentido y renovado en una vida espiritual liberadora, no la simple adherencia obtenida por la fuerza o por el entusiasmo a un conformismo público. Paralizar la anarquía en un sistema totalitario rígido, no es organizar la libertad.
La persona no puede, pues, recibir desde fuera ni la libertad espiritual ni la comunitaria. Todo lo que puede hacer y todo lo que debe hacer por la persona un régimen institucional es nivelar ciertos obstáculos exteriores y favorecer ciertas vías. A saber:
1º- Desarmar cualquier forma de opresión de las personas.
2º- Establecer, alrededor de la persona, un margen de independencia y de vida privada que asegure a su elección una materia, un cierto juego y una garantía en la red de las presiones sociales.
3º- Organizar todo el aparato social sobre el principio de la responsabilidad personal, hacer actuar en él los automatismos en el sentido de una mayor libertad ofrecida a la elección de cada uno.
Se puede así llegar a una liberación principalmente negativa del hombre. La verdadera libertad espiritual corresponde conquistarla exclusivamente cada uno. No se puede confundir sin caer en la utopía la minimización de las tiranías materiales con el «Reinado de la libertad».
Manifiesto al servicio del personalismo. Taurus, Madrid p. 89-92. |