Las premisas de que partimos no son bases arbitrarias, ni dogmas; son bases reales que sólo en imaginación podemos abstraer. Son los individuos reales, su actividad y sus condiciones materiales de vida, tanto las que encontraron ya preparadas como las que han podido crear con el propio esfuerzo. Estas bases son, pues, comprobables por vía puramente empírica.
La condición indispensable para cualquier historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivos. El primer hecho a establecer es, pues, la constitución física de estos individuos y la situación en la cual ésta los deja frente a la naturaleza. No podemos hacer aquí, naturalmente, un estudio a fondo sobre la constitución física del hombre, ni sobre las condiciones naturales -geológicas, orográficas, hidrográficas, climáticas y otras- que la tierra le ofrece. Toda historia ha de partir de estas bases naturales y de su modificación por el esfuerzo humano durante su transcurso.
Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión y por todo aquello que se quiera. Ellos mismos empiezan a distinguirse de los animales en el momento que empiezan a producir sus medios de existencia, paso hacia delante determinado por la propia constitución física. Dedicándose a la producción de estos medios de existencia, los hombres edifican indirectamente su propia vida material.
La forma según la cual los hombres llevan a término esta producción depende, primeramente, de la naturaleza de los medios ya puestos a su disposición y que les es preciso reproducir. Conviene no considerar esta actividad sólo como una reproducción de la existencia física de los individuos; representa ya una forma determinada de la actividad de estos individuos, una forma establecida de manifestar su vida, un modo de vida fijado. La manera como los individuos manifiestan su vida, refleja exactamente lo que son. Lo que son coincide, pues, con su producción, tanto en aquello que producen como en la forma con que lo producen. Lo que son los individuos depende, pues, de las condiciones materiales de su producción.
Esta producción aparece sólo con el crecimiento de la población. Presupone, por su parte, el establecimiento de relaciones entre los individuos. La forma de estas relaciones queda condicionada, a su vez, por la producción [...].
El hecho es, por tanto, que determinados individuos, productivamente activos en un modo determinado, entran en unas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica ha de mostrar en los hechos de cada caso individual, sin mixtificación o especulación, la conexión de la estructura social y política con la producción. La estructura social y el Estado surgen continuamente del proceso vital de individuos determinados, pero no tal como estos individuos son representados en la propia imaginación o en la de otros, sino tal como son en realidad, es decir, cómo actúan, producen materialmente y operan sobre unas bases y dentro de unas condiciones y unos límites materiales determinados e independientes de su voluntad.
La producción de ideas, de concepciones y de conciencia queda en principio directamente e íntimamente muy ligada con la actividad material y relación material de los hombres; es el lenguaje de la vida real. Las representaciones, el pensamiento y la relación intelectual de los hombres aparecen aún, en esta etapa, como la emanación directa de su comportamiento material. Igual sucede con la producción intelectual, tal como es representada por el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de todo un pueblo. Son los hombres los que producen sus representaciones, sus ideas, etc., pero los hombres reales, activos, condicionados para un desarrollo determinado de sus fuerzas productivas y de las relaciones correspondientes, hasta las formas más vastas que puedan tener. La conciencia no puede ser nada más que el ser consciente y el ser de los hombres es su proceso real de la vida. Si en toda ideología los hombres y sus relaciones nos aparecen invertidas como en una cámara obscura, el fenómeno es debido a su proceso histórico de vida, de la misma manera que la inversión de los objetos en la retina es debida a su proceso de vida físico.
En contraste directo con la filosofía alemana, que desciende del cielo a la tierra, ascendemos aquí de la tierra al cielo. Dicho de otro modo, no partimos de lo que los hombres dicen, se imaginan y representan, ni de aquello que son según las palabras, el pensamiento, la imaginación y la representación de los otros, para llegar a los hombres de carne y hueso; no es así; partimos de los hombres en la actividad real, a partir de su proceso de vida real, mostramos los desarrollos, reflejos y repercusiones ideológicas de este proceso vital. Los fantasmas del cerebro humano son sublimaciones necesarias del proceso material de la vida de los hombres, el cual puede ser empíricamente constatado y reposa sobre bases materiales. La moral, la religión, la metafísica y toda otra ideología, juntamente con las formas de conciencia correspondientes, pierden con este hecho cualquier apariencia de existencia autónoma. No tienen historia, no tienen desarrollo; son los hombres los que, desarrollando su producción material y sus relaciones materiales, modifican juntamente con su existencia real el propio pensamiento y los productos del propio pensamiento. No es nunca la conciencia lo que determina la vida real, sino que es la vida real aquello que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como si fuese el individuo viviente; desde el segundo, correspondiente a la vida real, se parte de los individuos vivos, reales y concretos y la conciencia es considerada únicamente como su conciencia.
La ideología alemana, en F. Canals, Textos de los grandes filósofos: edad contemporánea, Herder, Barcelona 1990, p.11-14. |