Lledó: La perspectiva epicúrea

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La perspectiva epicúrea se vuelve hacia aquello que constituye el centro «real» de la existencia humana: la corporeidad. Los conocimientos que la doxa aporta están en el cuerpo, en el cerebro, pero no son cuerpo. No brotan de las «condiciones de realidad» del cuerpo. Es un conocimiento que llega hasta nosotros, sostenido por hábitos, instituciones, estructuras de dominio, lenguajes. Todo este «mundo ideológico» proyecta a la naturaleza humana hacia su no autonomía. Coaccionada por esta forma de dependencia, parece como si el ser humano tuviese que estar sometido a dos dominios diferentes: por un lado a los mandatos de estas estructuras míticas, jerárquicas, «éticas», que constituyen el mundo que alimenta el «alma», por otro lado, a los inmediatos imperativos del cuerpo, que nos asemejan a los otros animales y con los que, al parecer, nos sumergimos en el común universo de la naturaleza. Pero si se elimina la dualidad alma-cuerpo, si se hace desaparecer el alma, diluida en todo el organismo y constituida por átomos materiales, el mecanismo de la sensación y del conocimiento queda simplificado y unificado. Una de las características esenciales del pensamiento epicúreo es, precisamente, la negación a hipostasiar estos dualismos que habían dado a la filosofía anterior una particular fisura: alma-cuerpo, sensación-intelección, doxa-episteme, el fluir de la realidad frente a la inmutabilidad y perfección de las ideas, etc. Si efectivamente se reduce la información intelectual al más acá y se rechaza toda forma de trascendencia que tenga relación alguna con el hombre, hay que construir una nueva antropología, asentada en bases distintas. El cuerpo es, pues, el momento central de la aqueidad, del ser aquí, y de él ha de partir esta «antropología buscada».

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Emilio Lledó, El epicureísmo, Montesinos, Barcelona 1984, p.87-88.