Kant: las antinomias

Extractos de obras

LA ANTINOMIA DE LA RAZÓN PURA

PRIMER CONFLICTO DE LAS IDEAS TRASCENDENTALES

(1ª antinomia) A426/B454 - A434/B462)

(Ver resumen)

Tesis

El mundo tiene un comienzo en el tiempo y, con respecto al espacio, está igualmente encerrado entre límites.

Prueba

Supongamos que el mundo no tenga un comienzo en el tiempo. En este caso, ha transcurrido una eternidad hasta cada instante dado y, consiguientemente, una serie infinita de estados sucesivos de las cosas que hay en el mundo. Ahora bien, la infinitud de una serie consiste en que nunca puede terminarse por medio de síntesis sucesivas. Por tanto, es imposible una infinita serie cósmica pasada y, en consecuencia, constituye una condición indispensable de la existencia del mundo el que éste haya tenido un comienzo, que es el primer punto que queríamos demostrar.

Respecto del segundo, supongamos de nuevo lo contrario: el mundo será entonces un todo infinito dado de cosas coexistentes. Ahora bien, sólo mediante la síntesis de sus partes podemos concebir la magnitud de un quantum que no se dé a la intuición dentro de ciertos límites, como no podemos concebir la totalidad de semejante quantum sino mediante la síntesis completa o suma de unidad tras unidad. Consiguientemente, para concebir como un todo el mundo que ocupa todos los espacios, debería considerarse como completa la síntesis sucesiva de las partes de un mundo infinito; es decir, debería considerarse un tiempo infinito como pasado en la enumeración de todas las cosas coexistentes, lo cual es imposible. Así, pues, un agregado infinito de cosas reales no puede ser considerado como un todo dado ni, consiguientemente, como dado simultáneamente. Por tanto, el mundo no es infinito, por lo que respecta a su extensión en el espacio, sino que se halla encuadrado dentro de límites, que era el segundo punto a demostrar.


Antítesis

El mundo no tiene comienzo, así como tampoco límites en el espacio. Es infinito tanto respecto del tiempo como del espacio.

Prueba

Supongamos que posee un comienzo. Si tenemos en cuenta que el comienzo es una existencia a la que precede un tiempo en el que la cosa no existe, es preciso que haya habido un tiempo anterior en el que el mundo no existía, es decir, un tiempo vacío. Ahora bien, en un tiempo vacío es imposible que se produzca cosa alguna, ya que ninguna parte de semejante tiempo posee en sí una condición que, frente a otra parte, sirva para distinguir su existencia mejor que su inexistencia (tanto si se admite que nace por sí mismo, como si se afirma que es producido por otra causa). Por lo tanto, pueden comenzar algunas series de cosas en el mundo, pero el mundo mismo no puede tener un comienzo, siendo, consiguientemente, infinito respecto del tiempo pasado.

En cuanto al segundo punto, comencemos por suponer lo contrario: que el mundo es finito y limitado, por lo que al espacio respecta. Se encuentra, pues, en un espacio vacío e ilimitado. Tendríamos, por tanto, no sólo una relación de las cosas en el espacio, sino también de las cosas con el espacio. Ahora bien, si tenemos en cuenta que el mundo es un todo absoluto fuera del cual no hay objetos de intuición, ni, consiguientemente, correlato ninguno con el que pueda relacionarse, la relación del mundo con el espacio vacío sería una relación con ningún objeto. Pero semejante relación y, consiguientemente, también la limitación del mundo por el espacio vacío, no es nada. Por tanto, el mundo es ilimitado en relación con el espacio, es decir, es infinito respecto de la extensión.


ANTINOMIA DE LA RAZÓN PURA

SEGUNDO CONFLICTO DE LAS IDEAS TRASCENDENTALES

(2ª Antinomia. A434/B462- A438/B466)

Tesis

Toda sustancia compuesta consta de partes simples y no existe más que lo simple o lo compuesto de lo simple en el mundo.

Prueba

En efecto, si suponemos que las sustancias compuestas no constan de partes simples, no queda -si suprimimos mentalmente toda composición- ninguna parte compuesta ni (al no haber partes simples) ninguna parte simple. No queda, pues, nada, ni puede darse, consiguientemente, ninguna sustancia. Por tanto, o bien es imposible suprimir mentalmente toda composición, o bien debe quedar, tras la supresión de ésta, algo que subsista sin composición, es decir, lo simple. En el primer caso, lo compuesto no constaría, por su parte, de sustancias (puesto que la composición es una relación meramente accidental en las sustancias, las cuales, en su calidad de seres permanentes, tienen que subsistir con independencia de ella). Como este caso se halla en contradicción con lo que hemos supuesto, nos queda sólo el segundo, a saber, que los compuestos sustanciales del mundo consten de partes.

La consecuencia inmediata que de ello se sigue es que las cosas del mundo son todas entidades simples; que la composición es un estado meramente exterior a las mismas, y que, si bien nunca podemos aislar o separar por completo de su estado de cohesión las sustancias elementales, la razón tiene que concebirlas como los sujetos primarios de toda composición y, por ello mismo, como entidades simples y anteriores a ésta.

Antítesis

Ninguna cosa compuesta consta de partes simples y no existe nada simple en el mundo.

Prueba

Supongamos que una cosa compuesta (en cuanto sustancia) consta de partes simples. Como toda relación externa, y, consiguientemente, toda composición formada por sustancias, sólo es posible en el espacio, éste debe constar de tantas partes como en él ocupe lo compuesto. Ahora bien, el espacio no consta de partes, sino de espacios. Por consiguiente, cada parte de lo compuesto tiene que ocupar un espacio. Pero las partes absolutamente primeras de todo compuesto son simples. Lo simple ocupa, pues, un espacio. Ahora bien, todo lo real que ocupa un espacio comprende en sí una variedad de elementos que se hallan unos fuera de otros, siendo, por tanto, compuesto, un compuesto real formado, no por accidentes (que, sin una sustancia, nunca pueden estar unos fuera de otros), sino por sustancias. Lo simple sería, pues, un compuesto sustancial, lo cual es contradictorio.

La segunda proposición de la antítesis, según la cual no hay nada simple en el mundo, sólo quiere decir lo siguiente: la existencia de lo absolutamente simple no puede demostrarse a partir de ninguna experiencia o percepción, ni externa ni interna. Lo absolutamente simple es, pues, una simple idea cuya realidad objetiva jamás puede hacerse evidente en una experiencia posible. Carece, por tanto, de aplicación y de objeto en la exposición de los fenómenos. En efecto, supongamos que fuese posible encontrar un objeto empírico para esta idea. En este caso, habría que conocer la intuición empírica de cierto objeto como una intuición que no contuviera absolutamente ninguna variedad de elementos unos fuera de otros y ligados en una unidad. Ahora bien, dado que carece de validez el deducir que es imposible tal variedad en toda intuición de un objeto partiendo del hecho de que no tenemos conciencia de ella y nos es, a la vez, indispensable esa intuición para obtener la simplicidad absoluta, no podemos derivar ésta de ninguna percepción, sea la que sea. Consiguientemente, nada simple nos es dado en el mundo sensible si tenemos en cuenta que jamás puede dársenos algo como objeto absolutamente simple en una experiencia posible y que, al mismo tiempo, tenemos que considerar el mundo sensible como el conjunto de todas las experiencias posibles.

Esta segunda proposición de la antítesis va mucho más lejos que la primera. Esta eliminaba lo simple tan sólo en la intuición de lo compuesto, mientras que aquélla lo excluye de la naturaleza entera. Por ello no se ha podido tampoco demostrar esta segunda proposición partiendo del concepto de objeto dado de la intuición externa (de lo compuesto), sino a partir de la referencia de este mismo concepto a una posible experiencia en general.


LA ANTINOMIA DE LA RAZÓN PURA

TERCER CONFLICTO DE LAS IDEAS TRASCENDENTALES

(3ª antinomia) (KRV A444/B472-A448 /B476)


Tesis

La causalidad según leyes de la naturaleza no es la única de la que pueden derivar los fenómenos todos del mundo. Para explicar éstos nos hace falta otra causalidad por libertad.

Prueba

Supongamos que no hay otra causalidad que la que obedece a leyes de la naturaleza. En este caso, todo cuanto sucede presupone un estado previo al que sigue inevitablemente de acuerdo con una regla. Ahora bien, tal estado previo debe ser algo que, a su vez, ha sucedido (que ha llegado a ser en un tiempo en el que antes no existía), ya que si hubiese existido siempre, su consecuencia no se habría podido producir ahora, sino que hubiese existido siempre.

Consiguientemente, la causalidad de la causa en virtud de la cual algo sucede es, a su vez, algo sucedido y que, de acuerdo con la ley de la naturaleza, presupone igualmente un estado previo y la causalidad del mismo. Este, de nuevo, supone un estado todavía anterior, y así sucesivamente. Si todo sucede, pues, sólo según las leyes de la naturaleza, no hay más que comienzos subalternos nunca un primer comienzo. En consecuencia, jamás se completa la serie por el lado de las causas derivadas unas de otras. Ahora bien, la ley de la naturaleza consiste precisamente en que nada sucede sin una causa suficientemente determinada a priori. Así, pues, la proposición según la cual toda causalidad es sólo posible según leyes de la naturaleza se contradice a sí misma en su universalidad ilimitada. No podemos, por tanto, admitir que tal causalidad sea la única.

Teniendo esto en cuenta, debemos suponer una causalidad en virtud de la cual sucede algo sin que la causa de este algo siga estando, a su vez, determinada por otra anterior según leyes necesarias; es decir, debemos suponer una absoluta espontaneidad causal que inicie por si misma una serie de fenómenos que se desarrollen según leves de la naturaleza, esto es, una libertad trascendental. Si falta ésta, nunca es completa la serie de fenómenos por el lado de las causas, ni siquiera en el curso de la naturaleza.

Antítesis

No hay libertad. Todo cuanto sucede en el mundo se desarrolla exclusivamente según leyes de la naturaleza.


Prueba

Supongamos que haya una libertad en sentido trascendental como tipo específico de causalidad conforme a la cual puedan producirse los acontecimientos del mundo, es decir, una facultad capaz de iniciar en sentido absoluto un estado y, consiguientemente, una serie de consecuencias del mismo. En este caso, no sólo comenzará, en términos absolutos, una serie en virtud de esa espontaneidad, sino la determinación de ésta para producirla. En otras palabras, comenzará absolutamente la causalidad, de suerte que no habrá nada previo que permita determinar mediante leyes constantes el acto que se está produciendo. Ahora bien, todo comienzo de acción supone un estado anterior propio de la causa que todavía no actúa, y un primer comienzo dinámico de acción supone un estado que no está unido por ningún vínculo causal con el anterior estado de la misma causa, es decir, no se sigue en modo alguno de ese estado anterior. Así, pues, la libertad trascendental se opone a la ley de causalidad. Por lo tanto, una conexión de estados sucesivos de las causas eficientes según la cual es imposible toda unidad de la experiencia y que, consiguientemente, tampoco se halle en ninguna experiencia, no es más que un puro producto mental.

Sólo en la naturaleza debemos, pues, buscar la interdependencia y el orden de los sucesos. La libertad (independencia) respecto de las leyes de esta naturaleza nos libera de la coacción de las reglas, pero también del hilo conductor que todas ellas representan. En efecto, no podemos decir que, en lugar de las leyes de la naturaleza, intervengan en la causalidad de la marcha del mundo leyes de la libertad, ya que si ésta estuviera determinada según leyes, ya no sería libertad. No sería a su vez más que naturaleza. Por consiguiente, naturaleza y libertad trascendental se distinguen como legalidad y ausencia de legalidad. La primera impone al entendimiento la dificultad de remontarse cada vez más lejos en busca del origen de los acontecimientos en la serie causal, ya que la causalidad es siempre condicionada en tales acontecimientos; pero, como compensación, promete una unidad de experiencia, una unidad completa y conforme a leyes. Por el contrario, si bien el espejismo de la libertad promete un reposo al entendimiento que escudriña la cadena causal, conduciéndolo a una causalidad incondicionada que comienza a operar por sí misma, rompe, debido a su propia ceguera, el hilo conductor de las reglas, que es el que permite una experiencia perfectamente coherente.


LA ANTINOMIA DE LA RAZÓN PURA

CUARTO CONFLICTO DE LAS IDEAS TRASCENDENTALES

(4ª antinomia) (KRV, A452 / B480- A456 / B484)

Tesis

Al mundo pertenece algo que, sea en cuanto parte suya, sea en cuanto causa suya constituye un ser absolutamente necesario.

Prueba

En cuanto conjunto de todos los fenómenos, el mundo sensible contiene, a la vez, una serie de modificaciones, ya que, sin ella, ni siquiera se nos daría la representación de la serie temporal como condición de posibilidad del mundo sensible. Todo cambio depende de su condición, la cual es anterior en el tiempo y en virtud de la cual es necesario ese cambio. Ahora bien, todo condicionado dado presupone respecto de su existencia una serie completa de condiciones que llegue hasta lo absolutamente incondicionado, que es lo único absolutamente necesario. Por consiguiente, si el cambio existe como consecuencia de lo absolutamente necesario, tiene que existir algo que lo sea. Pero ese algo absolutamente necesario forma parte del mundo sensible. En efecto, supongamos que esté fuera de él. En este caso, la serie de los cambios cósmicos derivaría su comienzo de él sin que esta causa necesaria perteneciera, por su parte, al mundo de los sentidos. Lo cual es imposible, ya que, si tenemos en cuenta que el comienzo de una serie temporal sólo puede ser determinado en virtud de aquello que es anterior en el tiempo, la condición suprema del comienzo de una serie de cambios tiene que existir en el tiempo en que todavía no existía la serie (pues el comienzo es una existencia a la que precede un tiempo en el que no existía todavía la cosa que comienza). Por tanto, la causalidad de la necesaria causa de los cambios y, consiguientemente, la causa misma, pertenece al tiempo y, por ello mismo, al fenómeno

Antítesis

No existe en el mundo ningún ser absolutamente necesario, como tampoco existe fuera de él en cuanto causa suya.

Prueba

Supongamos que el mundo mismo sea un ser necesario o que haya en él un ser necesario. En este caso, o bien habría en la serie de sus cambios un comienzo incondicionadamente necesario y, por tanto, carente de causa, lo cual se halla en contradicción con la ley dinámica de determinación de todos los fenómenos en el tiempo; o bien la serie misma carecería de comienzo y, a pesar de ser contingente y condicionada en todas sus partes, sería, en cuanto totalidad, absolutamente necesaria e incondicionada, lo cual es en sí mismo contradictorio, ya que no puede ser necesaria la existencia de una multiplicidad en que ninguna de las partes que la integran posee existencia necesaria.

Supongamos, por el contrario, que hay una causa del mundo absolutamente necesaria, pero fuera de él. En tal caso, esa causa sería la que, en cuanto miembro supremo de la serie de las causas de los cambios del mundo, comenzaría la existencia de éstos y la serie que forman. Desde este supuesto, también ella tendría que comenzar a actuar, y su causalidad formaría parte del tiempo y, por ello mismo, del conjunto de los fenómenos, es decir, del mundo. La causa misma no estaría, pues, fuera del mundo, lo cual se halla en contradicción con la hipótesis inicial. Consiguientemente, no existe ningún ser absolutamente necesario, ni en el mundo ni fuera del mundo (si es en relación causal con él).

(sólo en el fenómeno es posible el tiempo, en cuanto forma de aquél). En consecuencia, no podemos pensar dicha causalidad como separada del mundo sensible, que es el conjunto de todos los fenómenos. Así, pues, en el mundo mismo se halla contenido algo absolutamente necesario (ya se trate de la completa serie cósmica misma, ya de una parte de ella).


Crítica de la razón pura (Alfaguara, Madrid 1978, Edición de Pedro Ribas, selección de p. 394 - 415).