No hay duda de que todo conocimiento supone una intervención de la experiencia y parece innegable que, sin una manipulación de los objetos, el niño no llegaría a construir las correspondencias de uno por uno que le sirven para elaborar el número entero ni a descubrir que la suma de unos cuantos objetos es siempre la misma, cualquiera que sea su orden de enumeración, etc. Incluso una verdad como 22=4 y sobre todo la operación inversa 4 - 2=2 exige echar mano de la experiencia; y esto es también válido para la transitividad lógica elemental A=B, B=C, por tanto A=C, que no se impone en absoluto de manera necesaria antes de los seis o siete años en el caso de las longitudes, etc., ni tampoco antes de los nueva años en el caso de los pesos. [...] En resumen, podemos conceder a los partidarios de la experiencia que incluso las verdades lógicas y aritméticas más simples y más generales se construyen con ayuda de aquélla, antes de dar lugar a una manipulación operatoria puramente deductiva. Pero ¿de qué experiencia se trata? Y ¿se puede asimilar sin más la experiencia lógico-matemática de los niveles preoperatorios a la experiencia física de los mismos niveles o de niveles ulteriores?.
El examen de los comportamientos del niño frente a los objetos prueba que existen dos tipos de experiencias y dos tipos de abstracciones: uno cuando la experiencia se refiere a las cosas mismas y permite descubrir alguna de sus propiedades; otro, cuando la experiencia se refiere a coordinaciones que no estaban en las cosas, sino que han sido introducidas por la acción -utilizando aquéllas- para sus propias necesidades.
Existe en primer lugar la experiencia del objeto que conduce a una observación a partir del mismo: la experiencia física, que es propiamente un descubrimiento de las propiedades de las cosas. Descubrimiento que, por otra parte, supone siempre tal o cual acción particular relativa a una determinada cualidad del objeto, y no, o no solamente, las coordinaciones generales de la acción. [...]
En cambio, el niño que cuenta diez cantos y descubre que siempre son diez incluso cuando permuta su orden, hace una experiencia de naturaleza completamente distinta: en realidad no experimenta sobre los cantos, que simplemente le sirven de instrumentos, sino sobre sus propias acciones de ordenar y enumerar. Y, en efecto, estas acciones presentan dos características muy distintas de la acción de sopesar. En primer término, son acciones que enriquecen el objeto con propiedades que no tenía por sí mismo, pues la colección de cantos no tenía en sí ni orden ni número independientemente del sujeto. Es éste el que abstrae tales propiedades partiendo de sus propias acciones y no a partir del objeto. En segundo lugar, son acciones generales, o, dicho con más precisión, coordinaciones de acciones [...] que se transformarán muy rápidamente (a partir de los siete u ocho años) en operaciones interiorizadas, de manera que en el siguiente nivel el niño no tendrá ya necesidad de experimentar para saber que diez siempre serán diez independientemente del orden seguido: lo deducirá por operaciones lógicas.
Psicología y epistemología, Ariel, Barcelona 1975, 3ª, p.41-44. |