Horkheimer, Max: en torno a la ideología

Extractos de obras

«Hoy en día los ideales pueden variar tan rápidamente como los tratados y las alianzas. La ideología se halla más bien en la idiosincrasia misma de los hombres, en su reductibilidad espiritual, en su dependencia de la agrupación. Cualquier cosa es vivida por ellos tan sólo en función del sistema convencional de conceptos propio de la sociedad. Ella se encuentra bajo los esquemas dominantes incluso antes de ser percibida por la conciencia. Es el verdadero esquematismo kantiano, el ((arte oculto en las profundidades del alma humana»; sólo que la unidad trascendental que actúa en él ya no representa tanto la subjetividad general (aunque inconsciente), como sucedía en la economía de libre mercado, sino los efectos, previamente calculados, de la sociedad de masas sobre la estructura psíquica de sus víctimas. Esto, y no las doctrinas erróneas, es lo que constituye la falsa conciencia. Bajo la presión de las circunstancias se cumple la incorporación ideológica de los hombres a la sociedad a través de su preformación biológica para la colectividad dirigida desde arriba. Incluso allí donde lo individual no es directamente una máscara protectora frente a la igualdad universal de los hombres atomizados, sigue siendo, sin embargo, función y apéndice del monopolio. La cultura no es actualmente el conflicto, sino más bien un elemento de la cultura de masas, valioso para ella porque de otro modo no puede transmitirse bajo las condiciones impuestas por el monopolio. Ha llegado así a ocupar la posición de un bien «sui generis» del monopolio. Todo París, toda Austria sólo podían definirse en su existencia por esa América de la cual se distinguían. La cultura se manifiesta como la apariencia que ocultaba la forma pasada del poder establecido y la apariencia se desvanece con la cultura. El Sí mismo (das Se/bst) que se desintegra en el estadio más reciente de la sociedad, constituía la base no sólo de la autoconservación, sino también de la ideología. Con su disolución, la inconmensurable dimensión del poder se convierte en el único obstáculo que impide reconocer su superfluidad. Por más mutilados que se hallen todos, en el espacio de un instante pueden percatarse de que el mundo racionalizado bajo la presión del poder podría liberarles de la autoconservación que aún hoy les enfrenta mutuamente. El terror que presta su ayuda a la razón es a la vez el último medio para detenerla: a tal punto se ha aproximado la verdad. Si los hombres atomizados y destruidos se hallan en condiciones de vivir sin propiedad, sin lugar fijo, sin tiempo, sin pueblo, es porque se han desembarazado también del yo, en el que radicaba, así como toda inteligencia, también la estupidez de la razón histórica y toda su conformidad con el poder establecido. Al final del progreso de la razón que se suprime a sí misma, no le queda otra cosa que la regresión a la barbarie o el comienzo de la historia».

Teoría critica, Barral, Barcelona, 1973, pp. 175-176.