Hegel: el lugar y el movimiento

Extractos de obras

§260

El espacio es en sí mismo la contradicción de la exterioridad indiferente y de la continuidad indiferenciada; la pura negatividad de si mismo y el tránsito, primero, al tiempo. Igualmente, el tiempo (porque sus momentos reunidos y opuestos se niegan el uno al otro inmediatamente), es el caer inmediato en la indiferencia en la exterioridad indiferenciada, o sea, en el espacio. Así, en el espacio, la determinación negativa, el punto que excluye a los demás, no es solamente en sí según el concepto, sino que es puesto y es concreto en sí mediante la negatividad total, la cual es el tiempo. El punto hecho concreto de este modo, es el lugar (§§ 255, 256).

§261

El lugar, es el ponerse de la identidad del espacio y del tiempo, y es, además, el ponerse de la contradicción que, el espacio y el tiempo, cada uno tomado en sí mismo, constituyen. El lugar es la individualidad espacial y, por tanto, indiferente, y es tal solamente, en cuanto es el instante presente espacial, esto es, tiempo; de modo que el lugar es inmediatamente indiferente con respecto a sí mismo; en cuanto es como este o aquel lugar determinado, exterior a sí mismo, es la negación de sí mismo y es otro lugar. El pasar y reproducirse del espacio en el tiempo y del tiempo en el espacio (de modo que el tiempo sea puesto espacialmente como lugar, pero esta espacialidad indiferente sea puesta también inmediatamente como temporal), es el movimiento. Dicho devenir es, sin embargo, también el coincidir en sí de su contradicción, la unidad, allí sita, inmediatamente idéntica de ambos (del espacio y del tiempo): la materia.

El tránsito de la idealidad a la realidad, de la abstracción al ser concreto determinado, y aquí del espacio y del tiempo a la realidad, que aparece como materia, es incomprensible para el intelecto y se hace siempre para él de un modo extrínseco y como algo dado. La representación ordinaria considera la cosa de este modo: espacio y tiempo son vacíos, indiferentes respecto a su contenido y, sin embargo, están siempre llenos: su vacío está lleno desde fuera por la materia: las cosas materiales, por una parte, han de considerarse indiferentes respecto del espacio y del tiempo, y, por otra parte, como esencialmente espaciales y temporales.

Lo que se dice de la materia, es: a), que la materia es compuesta (lo cual se refiere a su exterioridad abstracta, al espacio). En cuanto la materia se abstrae del tiempo y, en general, de toda forma, se ha dicho que es eterna e inmutable. Y ésta es, sin duda, una consecuencia inmediata, pero es también verdad que dicha materia es una abstracción sin verdad. b) La materia es impenetrable y ofrece resistencia: es tangible, visible, etcétera. Estos predicados no quieren decir otra cosa sino que, por una parte, la materia se ofrece a la percepción determinada en general, por otra, y por otro lado, que existe, además, por sí. Y estas dos determinaciones las tiene precisamente en cuanto a la identidad del espacio y del tiempo, de la exterioridad inmediata y de la negatividad o de la individualidad que es por sí.

El tránsito de la idealidad a la realidad, tiene lugar también expresamente en los conocidos hechos de la mecánica, en los cuales la idealidad puede representar el puesto de la realidad, y viceversa.

Si de tal permutabilidad de la una en la otra no se recaba su identidad, la culpa es de la torpeza ordinaria de la conciencia representativa y del intelecto. En la palanca, por ejemplo, la distancia puede ser sustituida por la masa, y viceversa, y una cantidad del momento ideal produce el mismo efecto que el real correspondiente. En la magnitud del movimiento, la velocidad, que es la relación cuantitativa sólo del espacio y del tiempo, representa la masa, y recíprocamente se tiene el mismo efecto real cuando la masa es aumentada y aquella proporcionalmente disminuida. Una teja por sí sola no aplasta a un hombre, pero sí produce este efecto por la velocidad adquirida; esto es: el hombre es aplastado por el espacio y el tiempo. La determinación reflexiva de la fuerza, es lo que, fijado luego por el intelecto, parece como un concepto último e impide buscar más allá cuál es la relación de sus caracteres. Pero, por lo menos, se vislumbra que el efecto de la fuerza es algo real, algo sometido a los sentidos y que en la fuerza es lo mismo que en su manifestación, y que precisamente esta fuerza según su manifestación real es obtenida mediante la relación de los momentos ideales del espacio y del tiempo.

Es propio también del mismo modo de reflexión superficial, el reputar las llamadas fuerzas como insertas en la materia; esto es, como originariamente exteriores a la materia; así que, precisamente esta identidad del tiempo y del espacio que se entrevé en la determinación reflexiva de la fuerza, y que constituye, en verdad, la esencia de la materia, es puesta como algo de extraño a ella, y de accidental, introducido en ella por el exterior.

Filosofía de la lógica y de la naturaleza, de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Claridad, Buenos Aires 1969, p.201-203.