La repetición
La repetición nada cambia en el objeto que repite, sino que cambia algo en el espíritu que la contempla: esta célebre tesis de Hume nos conduce al meollo del problema. ¿Cómo la repetición puede cambiar algo en el caso o elemento que se repite, puesto que implica de iure una perfecta independencia de cada presentación? La regla de discontinuidad o instantaneidad en la repetición se formula así: nada aparece sin que otra cosa haya desaparecido. Tal es el estado de la materia como Mens momentanea. Pero ¿cómo puede decirse «el segundo», «el tercero» y «es lo mismo», dado que la repetición se deshace a medida que se hace? La repetición carece de en-sí. Por contrapartida, cambia algo en el espíritu que la contempla. Tal es la esencia de la modificación. Hume toma como ejemplo una repetición casuística, del tipo AB, AB, AB, A... Cada caso, cada secuencia objetiva AB es independiente de la otra. La repetición (aunque en rigor no puede hablarse de repetición aún) no cambia nada en el objeto, en el estado de las cosas AB. En cambio, una transformación se produce en el espíritu del que contempla: una diferencia, algo nuevo, en el espíritu. Cuando A aparece, yo espero ya la aparición de B. ¿Es esto el para sí de la repetición, como subjetividad necesaria que debe entrar necesariamente en su constitución? ¿La paradoja de la repetición acaso no es que no pueda hablarse de repetición, sino mediante la diferencia o el cambio que introduce en el espíritu que la contempla? ¿Mediante una diferencia que el espíritu sustrae a la repetición?
¿En qué consiste ese cambio? Hume explica que los cambios idénticos o similares, pero independientes, se funden en la imaginación. La imaginación se define aquí como un poder de contracción: placa sensible, retiene a uno cuando el otro aparece. Contrae los casos, los elementos, las quiebras, los instantes homogéneos, y los funde en una impresión cualitativa interna de cierto peso. Cuando A aparece, esperamos a B con una fuerza equivalente a la impresión cualitativa de todos los AB contraídos. No es ni una memoria, ni una operación del entendimiento: la contracción no es una reflexión. Hablando con propiedad, forma una síntesis temporal. Una sucesión de instantes no hace el tiempo, sino que lo deshace; marca tan sólo el punto de su nacimiento siempre abortado. El tiempo sólo se constituye en la síntesis originaria que versa sobre la repetición de los instantes. Esta síntesis contrae entre sí los instantes sucesivos independientes, constituyendo con ello el presente vivido, el presente vivo. Y es en este presente donde el tiempo se despliega. Es a él al que pertenecen el pasado y el futuro: el pasado, en la medida en que los instantes precedentes quedan retenidos en la contracción; el futuro, porque la espera es anticipación en el seno mismo de la contracción. El pasado y el futuro no designan los instantes distintos de un instante supuestamente presente, sino las dimensiones del presente como tal, en tanto que contrae los instantes. El presente no tiene que salir de sí para ir del pasado al futuro. El presente vivo va, pues, del pasado al futuro que constituye en el tiempo, es decir, va también de lo particular a lo general, de los particulares que encierra en la contracción, a lo general que encierra en su campo de espera (la diferencia producida en el espíritu es la generalidad misma, en tanto que configura una regla viva del futuro). Semejante síntesis debe ser dominada, a todos los efectos, síntesis pasiva. Constituyente, no por ello pasa a ser activa. No está hecha para el espíritu, sino que se hace en el espíritu contemplativo que precede a toda memoria y toda reflexión. El tiempo es subjetivo, pero es la subjetividad de un sujeto pasivo. La síntesis pasiva, o contracción, es esencialmente asimétrica: va del pasado al futuro en el presente, luego de lo particular a lo general, orientando de este modo la flecha del tiempo.
Al considerar la repetición en el objeto, permanecíamos en el más acá de las condiciones que hacen posible la idea de repetición. Pero, al considerar los cambios en el sujeto, nos situamos ya con ello en el acullá, frente a la forma general de la diferencia. Igualmente, la constitución ideal de la repetición implica una especie de movimiento retroactivo entre ambos límites. Entre ambos extiende su tejido. Es este movimiento el que Hume analiza en profundidad, cuando muestra que los casos contraídos o fundidos en la imaginación no por ello dejan de aparecer como distintos en la memoria o en el entendimiento. No quiere decirse con ello que volvamos al estado de la materia que no produce ningún nuevo caso sin que otro haya desaparecido. Pero, a partir de la impresión cualitativa de la imaginación, la memoria reconstruye los casos particulares como distintos, conservándolos en «el espacio del tiempo» que le es propio. El pasado deja de ser entonces el pasado inmediato de la retención, para pasar a ser el pasado reflejo de la representación, la particularidad reflexiva y reproducida. Correlativamente, el pasado deja también de ser el futuro inmediato de la anticipación, para convertirse en futuro reflejo de la previsión, generalidad reflexiva del entendimiento (el entendimiento proporciona la espera de la imaginación al número de casos similares distintos, observados y recordados). Es decir, que las síntesis activas de la memoria y del entendimiento se superponen a la síntesis pasiva de la imaginación, y se apoyan en ella. La constitución de la repetición implica ya de por sí tres instancias: el en-sí que la hace impensable, o que la deshace a medida que se hace; el para-sí de la síntesis pasiva; y, fundada en ésta, la representación refleja de un «para-nosotros» en las síntesis activas. El asociacionismo tiene una sutileza irremplazable. No hay que extrañarse de que Bergson confluya con los análisis de Hume [...].
Diferencia y repetición, Júcar, Madrid 1988, p. 137-139. |
Ver Deleuze: Platón y el simulacro
Ver Deleuze: el eterno retorno y la inversión del platonismo (I)
Ver Deleuze: el eterno retorno y la inversión del platonismo (II).