Una vez suponemos que existe una sustancia en la que subsiste el pensar, el conocer, el dudar, el poder del movimiento, etc., tenemos una noción tan clara de la sustancia del espíritu como la que poseemos del cuerpo.
J. Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano, l. 2, Cap. 23, 5 (Editora Nacional, Madrid 1980, vol.1, p. 437). |