Primero están las analogías, o sea las similitudes superficiales entre fenómenos que no se corresponden ni en factores causales ni en las leyes pertinentes. De este género son los simulacra vitae, otrora populares, así cuando se comparaba el crecimiento de un organismo con el de un cristal o el de una celda osmótica. Hay parecidos superficiales en uno u otro aspecto, pero puede afirmarse con seguridad que el crecimiento de una planta o de un animal no sigue la pauta del crecimiento de un cristal o de una estructura osmótica, y las leyes pertinentes difieren. Lo mismo pasa con la consideración de una biocenosis (p. ej. un bosque) como un «organismo», cuando existe evidente diferencia entre la unificación de un organismo individual y la vaguedad de una asociación vegetal; o con la comparación entre el desarrollo de una población y el nacimiento, crecimiento, envejecimiento y muerte de un organismo comparación harto dudosa de ciclos vitales.
Otro nivel son las homologías. Están presentes cuando difieren los factores eficientes, pero las leyes respectivas son formalmente idénticas. Semejantes homologías tienen considerable importancia como modelos conceptuales en la ciencia. Se aplican con frecuencia en física. Son ejemplos la consideración del fluir del calor como el fluir de una sustancia, la comparación de la corriente eléctrica con la de un líquido y, en general, el traslado de la noción de gradiente, en un principio hidrodinámica, a potenciales eléctricos, químicos, etc. Sabemos a la perfección, sí, que no hay tal «sustancia calorífica», sino que el calor debe ser interpretado en el sentido de la teoría cinética; no obstante, el modelo permite estipular leyes que son formalmente correctas.
Es de homologías lógicas de lo que se ocupa la presente investigación.. Esto es expresable así: si un objeto es un sistema, debe tener ciertas características de los sistemas, sin importar de qué sistema se trate. La homología lógica no sólo permite el isomorfismo en la ciencia sino que, como modelo conceptual, está en situación de dar instrucciones para la consideración correcta y la eventual explicación de fenómenos.
Finalmente, el tercer nivel es la explicación es decir, el enunciado de condiciones y leyes específicas que son válidas para un objeto separado o para una clase de objetos. [...] Toda explicación científica requiere el conocimiento de estas leyes específicas, así como, p. ej., de las leyes del equilibrio químico, del crecimiento de un organismo, del incremento de una población, etc. Es posible que también leyes específicas exhibancorrespondencia formal u homologías en el sentido discutido, pero la estructura de las leyes puede, por supuesto, diferir según los casos.
Las analogías son científicamente inválidas. En cambio, las homologías a menudo proporcionan modelos valiosos; de ahí su amplia aplicación en física. De modo similar, la teoría general de los sistemas puede servir de dispositivo regulador para discernir analogías y homologías, parecidos sin sentido y traslados significativos de modelos. Esta función se aplica particularmente a ciencias que, como la demografía, la sociología y grandes áreas de la biología, no encajan en el marco de la física y la química; no obstante, hay leyes exactas que pueden enunciarse por aplicación de modelos adecuados.
La homología de características de sistemas no implica reducción de un dominio a otro inferior. Pero tampoco se trata de mera metáfora o analogía; es, antes bien, una correspondencia formal fundada en la realidad, en la medida en que puede considerarse constituida de «sistemas» de la índole que sea.
Hablando filosóficamente, la teoría general de los sistemas, en su forma desarrollada, reemplazaría lo que se conoce como «teoría de las categorías» (N. Hartmann, 1942) por un sistema exacto de leyes lógico-matemáticas. Nociones generales aun expresadas en la lengua común y corriente adquirirían la expresión exacta posible sólo en lenguaje matemático.
Teoría general de los sistemas, F.C.E., Madrid 1976, p.86-88. |