Para nosotros no hay jamás otra cosa que lo instantáneo. En lo que designamos con ese nombre entra ya un trabajo de nuestra memoria, y, por consiguiente, de nuestra conciencia que prolonga unos en otros, de tal forma que los captamos en una intuición relativamente simple, momentos tan numerosos como se quiera de un tiempo indefinidamente divisible. Ahora bien, ¿dónde está precisamente la diferencia entre la materia, tal cual el realismo más exigente podría concebirla, y la percepción que de ella tenemos? Nuestra percepción nos ofrece del universo una serie de cuadros pintorescos, pero discontinuos: de nuestra percepción actual no sabríamos deducir las percepciones ulteriores porque no hay nada, en un conjunto de cualidades sensibles, que deje prever las cualidades nuevas en que se transformarán. Por el contrario, la materia, tal como el realismo la plantea por regla general, evoluciona de forma que es pueda pasar de un momento al momento siguiente por medio de deducción matemática. Cierto que entre esta materia y esta percepción el realismo científico no podría encontrar un punto de contacto, porque desarrolla esta materia en cambios homogéneos en el espacio, mientras limita esta percepción mediante sensaciones inextensivas en una conciencia. Pero si nuestra hipótesis tiene fundamento, fácilmente se ve cómo percepción y materia se diferencian y cómo coinciden. La heterogeneidad cualitativa de nuestras percepciones sucesivas del universo lleva a que cada una de estas percepciones se extienda ella misma sobre un cierto espesor de duración, a que la memoria condense allí una multiplicidad enorme de conmociones que se nos aparecerán todas en bloque, aunque sucesivamente. Bastaría con divisar idealmente este espesor indiviso de tiempo, con distinguir ahí la deseada multiplicidad de momentos, con eliminar toda memoria, en resumen, para pasar de la percepción a la materia, del sujeto al objeto Entonces la materia, convertida paulatinamente en más y más homogénea a medida que nuestras sensaciones extensivas se repartan en un número mayor de momentos tendería indefinidamente hacia ese sistema de conmociones homogéneas de que habla el realismo sin por ello, ciertamente coincidir jamás de modo absoluto con ellos. No habría necesidad de presentar a un lado el espacio con los movimientos desapercibidos, de otro la conciencia con las sensaciones inextensivas. Al contrario, sería en una percepción extensiva donde sujeto y objeto se unirían en primer término, consistiendo el aspecto subjetivo de la percepción en la contracción que la memoria opera, confundiéndose la realidad objetiva de la materia con las múltiples y sucesivas conmociones en las que esta percepción se descompone interiormente.
Tal es al menos la conclusión que se desprenderá como esperamos, de la última parte de este trabajo: las cuestiones relativas al sujeto y al objeto, a su distinción y a su unión, deben plantearse en función del tiempo antes que en función del espacio.
Materia y memoria, en Memoria y vida. Textos escogidos por Gilles Deleuze, Alianza, Madrid 1977, p. 34-35. |