La noción bíblica de herencia desborda el sentido jurídico de la palabra. Designa la posesión de un bien a título estable y permanente; no ya de un bien cualquiera sino del que permite al hombre y a su familia desarrollar su personalidad sin estar a merced de otro. Desde los orígenes la noción de herencia está estrechamente ligada con la de alianza. Caracteriza en el plan divino una relación triple: Israel es la herencia de Yavhé, la tierra prometida es la herencia de Israel y con ello viene a ser la herencia de Yavhé mismo. Así, el Antiguo Testamento reserva primero al pueblo de Dios esta herencia y luego al resto de los justos. En el Nuevo Testamento se comprueba que este resto es Cristo. La herencia que Dios procura a los cristianos es la gracia, la salvación, en cuanto a su participación en la vida de Cristo resucitado por el Espíritu Santo.