El caos, visto desde una perspectiva simbólica, es complementario al orden; es aquello previo al orden sagrado. El caos es desorden y vacío (Génesis 1,2), pues las partes que lo componen se contraponen y se anulan mutuamente; la materia permanece informe sin el gobierno de un pensamiento activo y divino, sin embargo, contiene en potencia todo lo necesario para la creación. En el caos los cuatro elementos, fuego, aire, agua y tierra se contraponen, no se complementan armónicamente, sin embargo, son la base de la creación. En las mitologías indoeuropeas se asocia el caos a un dragón o a una serpiente terrible, como la serpiente Pitón que, según los griegos, fue vencida por Apolo o como el demonio Ravana, vencido, a su vez, por Rama. Tanto Apolo como Rama son los seres divinos cuya misión es ordenar el caos. En la cultura celta se representa el caos por medio de unos seres malignos y oscuros, los formore, que finalmente acaban subyugados por los dioses diurnos. El caos también se asocia a la noche en la que habitan los espíritus sin cuerpo, es decir, demoníacos, que, como los vampiros del folklore europeo, luchan contra el orden sagrado.