Platón: la teoría de las ideas

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Extractos de obras

Hipias Mayor, 287c-d.

Sócrates. --¡Ay, qué bien hablas! Pero, puesto que tú me animas, me voy a convertir lo más posible en este hombre y voy a intentar preguntarte. Porque si tú le expusieras a él este discurso que dices sobre las ocupaciones bellas, te escucharía y, en cuanto terminaras de hablar, no te preguntaría más que sobre lo bello, pues tiene esta costumbre, y te diría: Extranjero de Elis, dime, por favor, ¿los que son justos no lo son por la justicia? Ten la bondad de responderme, Hipias.

Hipias. --Responderé que es por la justicia.

--¿Y la justicia no es algo en sí misma?

--Sin duda.

--Igualmente, ¿no son sabios los sabios por la sabiduría, y todo lo que es bueno, no lo es por el bien?

--¿Cómo podría ser de otro modo?

--¿Y son éstas cosas reales? ¿No lo negarás, sin duda?

--Sí, son reales.

--Y todas las cosas bellas, ¿no son bellas también por la belleza?

--Sí, por la belleza.

--Que es una cosa real.

--Real sin duda.

Fedón, l00a-c.

--Voy a explicarme más claramente, dijo Sócrates, pues creo que aún no me comprendes.

--No, por Zeus, dijo Cebes, no te comprendo muy bien.

--Sin embargo, dijo Sócrates, no digo nada nuevo, nada que no haya dicho en mil ocasiones. Para explicarte el método que he utilizado en la búsqueda de las causas, vuelvo primero a lo que tanto he repetido. Así pues digo que existe una belleza en sí y por sí, un bien, una grandeza, y así todo lo demás. Si me concedes la existencia de estas cosas, espero demostrarte por medio de ellas por qué el alma es inmortal.

--Te lo concedo, dijo Cebes, no podrías acabar pronto tu demostración.

--Fíjate bien en lo que va a seguir, y ve si no estás de acuerdo conmigo. Me parece que si hay alguna cosa bella, además de lo bello en sí, sólo puede ser bella porque participa en esta misma belleza; y así todas las demás cosas. ¿Me concedes esta causa? —Sí, te la concedo.

--Entonces, no comprendo todas estas otras causas sabias. Si alguien me dice que lo que hace que una cosa sea bella, es la vivacidad de sus colores o la proporción de sus partes, o cualquier otra cosa semejante, dejo de lado todas estas razones que no hacen más que ofuscarme, y respondo sin ceremonia y sin arte, y tal vez demasiado simplemente, que nada la hace bella sino la presencia o la comunicación de esta belleza en sí, sea cual fuere el modo cómo esta comunicación se produzca. Pues yo no afirmo nada después de esto. Afirmo solamente que es por la belleza que son bellas todas las cosas bellas. Mientras me mantenga en este principio, no creo que pueda equivocarme, y estoy persuadido de que puedo responder con toda seguridad que las cosas bellas son bellas por la presencia de la belleza. ¿No te parece así también?

--Perfectamente.

--Del mismo modo, ¿no son grandes las cosas grandes por la grandeza, y las pequeñas no lo son por la pequeñez?

--Sí.

República, 507a-c.

--Primero es necesario, dije yo, que nos pongamos de acuerdo y os recuerdo lo que ya se ha dicho tantas veces.

--¿Y qué es?, preguntó.

--Hay muchas cosas bellas, y muchas buenas, e igualmente otras cuya existencia afirmamos y que distinguimos por el lenguaje.

--Sí, en efecto.

--Afirmamos también la existencia de lo bello en sí, del bien en sí, e igualmente, para todas las cosas que decimos múltiples afirmamos que a cada una corresponde una idea que es única y que llamamos su esencia.

--Es verdad.

--Y decimos de las cosas múltiples que son objeto de los sentidos, no del espíritu, mientras que las ideas son el objeto del espíritu, no de los sentidos.

--Perfectamente.

República, 508c-509b.

--Cuando los ojos se dirigen hacia objetos que no están iluminados por la luz del día, sino por los astros de la noche, hallan dificultad en distinguirlos, parecen hasta un cierto punto afectos de ceguera.

--Así es.

--En cambio, cuando contemplan objetos iluminados por el sol, los ven distintamente y manifiestan la facultad de ver de que están dotados.

--Sin duda.

--Comprende que lo mismo le pasa al alma. Cuando dirige su mirada a lo que está iluminado por la verdad y por el ser, lo comprende y lo conoce, y muestra que está dotada de inteligencia. Pero cuando vuelve su mirada hacia lo que está mezclado de obscuridad. no tiene más que opiniones, y pasa sin cesar de la una a la otra; parece haber perdido la inteligencia.

--Así es.

--Así pues, ten por cierto que lo que comunica a los objetos conocidos la verdad. y al alma la facultad de conocer, es la idea del bien. Comprende que esta idea es la causa de la ciencia y de la verdad, en tanto que entran en el conocimiento. Y por bellas que sean la ciencia y la verdad, no te equivocarás si piensas que la idea del bien es distinta de ellas y las supera en belleza. En efecto. igual que en el mundo visible tenemos razón al pensar que la luz y la vista tienen analogía con el sol. y sería insensato decir que son el sol, también en el mundo inteligible debemos ver que la ciencia v la verdad tienen analogía con el bien. Pero nos equivocaríamos si tomásemos a la una o la otra por el bien mismo que es de un valor mucho más elevado.

--Su belleza, dijo. debe estar por encima de toda expresión, porque produce la ciencia y la verdad y es aún más bello que ellas.

--Reconocerás, según creo, que el sol no sólo hace visibles las cosas visibles, sino que además les da la génesis, el crecimiento y el alimento, sin ser él la génesis.

--Sí.

--Igualmente reconocerás que los objetos cognoscibles no sólo tienen del bien lo que los hace cognoscibles, sino además su existencia y su esencia, aunque el bien mismo no sea esencia, sino algo que supera en mucho la esencia en dignidad y en poder.

--¡Gran Apolo!, gritó Glaucón burlándose. ¡esto es algo maravilloso! —Tú tienes también la culpa. repliqué, ¿por qué me obligas a decir lo que pienso sobre este asunto?

Hipias Mayor, 287c-d, Fedón, l00a-c, República, 507a-c, República, 508c-509b. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p. 24-26).