Platón: la contemplación

Extractos de obras

--En cuanto a la adquisición de la ciencia [dijo Sócrates], ¿es el cuerpo o no un obstáculo, cuando se asocia a esta investigación'? Voy a explicarme con un ejemplo. ¿Poseen la vista y el oído alguna verdad, o bien tienen razón los poetas al decirnos sin cesar que no oímos ni vemos nada verdaderamente? Y si estos dos sentidos no ofrecen seguridad, menos la ofrecerán aún los demás, porque son mucho más débiles. ¿No crees lo mismo?

--Completamente lo creo, dijo Simias.

--Pues entonces, replicó Sócrates, ¿cuándo el alma se apodera de la verdad? Está visto que cuando trata de examinar alguna cosa con la ayuda del cuerpo, éste la engaña radicalmente.

--Es cierto.

--Por consiguiente, ¿no se manifiesta la realidad al alma en el acto de pensar?

--Si.

--Y el alma ¿no piensa mejor cuando no está perturbada ni por la vista, ni por el oído, ni por el dolor, ni por el placer, sino cuando, por el contrario, a solas consigo misma y liberándose en la medida que le es posible de la compañía del cuerpo, se apega a lo que ella es?

--Es así.

--¿No es entonces cuando el alma del filósofo desprecia al cuerpo, huye de él y trata de estar a solas consigo misma?

--Así parece.

--Prosigamos, Simias. ¿Diremos que lo justo en sí es algo, o que no es nada?

--Diremos que es algo, por Zeus.

--¿Y no diremos lo mismo del bien y de la belleza?

--Sin duda.

--Pero, ¿los has visto alguna vez con tus propios ojos?

--No, dijo Simias.

--¿O los has percibido con algún otro sentido del cuerpo? Y no hablo solamente de lo justo, delbien y de lo bello, sino de la magnitud, de la salud, de la fuerza, y en una palabra, de la esencia de todas las cosas, es decir, lo que son en sí mismas. ¿Contemplamos lo más verdadero de ellas por medio del cuerpo, o es más cierto que penetramos en lo que queremos conocer a medida que vamos pensando más en ello y con mayor rigor?

--Es cierto.

--Entonces, ¿hay algo más puro que pensar con el pensamiento solo, liberado de todo elemento extraño y sensible, y aplicar inmediatamente el pensamiento en sí mismo y por sí mismo a la investigación de cada cosa en sí misma y por sí misma, sin ayuda de los oídos ni de las orejas, sin ninguna intervención del cuerpo que no hace más que perturbar al alma e impedirle que halle la sabiduría y la verdad siempre que tiene trato con él? Y si es posible llegar a conocer la esencia de las cosas, Simias, ¿no es por este medio?

--De maravillas, Sócrates, no puede hablarse mejor.

--De todo ello, continuó Sócrates, se desprende necesariamente que los verdaderos filósofos deben pensar y decirse entre sí cosas como estas. Tal vez hay algún camino que guíe a la razón en su investigación: mientras tengamos nuestro cuerpo, mientras nuestra alma se halle unida a esta cosa nociva, nunca poseeremos el objeto de nuestros deseos, es decir, la verdad. En efecto, el cuerpo nos provoca mil dificultades por la necesidad de alimentarlo. Además de esto, las enfermedades que nos atacan impiden nuestra caza del ser. El cuerpo nos llena de amores, de deseos, de temores, de mil quimeras, de mil necedades, de tal modo que, por decir verdad, no nos deja ni una hora de sensatez. Porque, ¿qué es lo que provoca las guerras, las sediciones y los combates? El cuerpo y sus pasiones. Todas las guerras proceden de la posesión de riquezas y nos vemos forzados a acumularlas a causa del cuerpo, para subvenir a sus necesidades. Y por ello tenemos tanta pereza para filosofar. Y lo peor de todo es que cuando casualmente nos deja algún tiempo libre y nos ponemos a reflexionar, interviene de súbito en medio de nuestras investigaciones, nos perturba. nos trastorna y nos hace incapaces de discernir la verdad. Está pues demostrado que, si queremos saber claramente algo, hemos de separarnos del cuerpo y mirar por medio del alma en sí misma las cosas en sí mismas. Y solamente entonces disfrutaremos de la sabiduría, de la que nos declaramos enamorados, es decir, después de nuestra muerte, y no durante nuestra vida. Y la misma razón nos lo dice. Pues si es imposible conocer nada distintamente mientras estamos unidos al cuerpo, una de dos: o bien no llegaremos nunca al saber, o llegaremos a él después de la muerte, porque entonces el alma será en sí misma y por sí misma, separada del cuerpo. Y mientras estemos en esta vida, no nos acercaremos al saber si no es con la condición de separarnos del cuerpo, de renunciar a todo trato con él, a menos que sea una absoluta necesidad, de no dejarnos contaminar por su naturaleza, de mantenernos limpios de sus contaminaciones hasta que el mismo Dios nos libere de él. Y así, libres de la locura del cuerpo, conversaremos, según espero, con hombres libres como nosotros, y conoceremos por nosotros mismos todo lo que es puro y sin mezcla. En esto, sin duda, consiste la verdad. Pero, al que no es puro, no le está permitido contemplar la pureza. Esto es, a mi parecer, amigo Simias, lo que los verdaderos amigos del saber deben pensar y hablar entre ellos. ¿No crees tú lo mismo que yo?

--Completamente, Sócrates.

--[...]

---¿Y la purificación (catarsis) no es , por ventura, lo que en la tradición se viene diciendo desde antiguo (las tradiciones órficas), el separar lo más posible el cuerpo del alma y el acostumbrarla a concentrarse y recogerse en sí misma, retirándose de todas las partes del cuerpo, y viviendo en lo posible tanto en el presente como en el después sola en sí misma, desligada del cuerpo como de una atadura?

--Así es, en efecto --dijo.

--¿Y no se da el nombre de muerte a eso precisamente, al desligamiento y separación del alma con el cuerpo?

--Sin duda alguna --respondió Simmias.

--Pero el desligar el alma, según afirmamos, es la aspiración suma, constante, propia tan solo de los que filosofan en el recto sentido de la palabra; y la ocupación de los filósofos estriba precisamente en eso mismo, en el desligamiento y separación del alma y del cuerpo. ¿Sí o no?

--Así parece.

[...]

--Luego, en realidad, oh Simmias --replicó Sócrates--, los que filosofan en el recto sentido de la palabra se ejercitan en morir, y son los hombres a quienes menos temeroso resulta el estar muertos. ...

Fedón, 65a-68a. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.40-42).