Nietzsche: el nihilismo

Extractos de obras

1) Lo que yo cuento aquí es la historia de las próximas dos centurias. Describo lo que vendrá, lo que no podrá menos que venir: el advenimiento del nihilismo. Esta historia puede ser contada ya ahora; pues opera en ella la necesidad misma. Este futuro habla ya a través de cien signos; este destino se anuncia por doquier; ya todos los oídos están aguzados, prontos a captar esta música del porvenir. Desde hace mucho toda nuestra cultura europea, presa de una tensión angustiosa que aumenta de década en década, se encamina a una catástrofe -inquieta, violenta y precipitada; cual río que ansía desembocar en el mar, ya no reflexiona, tiene miedo de reflexionar. [...]

23) ¿Qué significa el nihilismo? --Significa que se desvalorizan los más altos valores. Falta la meta; falta la respuesta al «¿por qué?».

24) El nihilismo radical es el convencimiento de que la existencia es absolutamente insostenible si se trata de los más altos valores que se reconocen; amén de la conclusión de que no tenemos el menor derecho de suponer un «más allá» o un «en sí» de las cosas que sea «divino», moral verdadera.

Esta conclusión es consecuencia de la «voluntad de verdad» inculcada en el hombre; es decir, es consecuencia de la fe en la moral.

25) El nihilismo es ambiguo: a) nihilismo como signo de aumento de poder del espíritu: el nihilismo activo. b) nihilismo como decadencia y merma del poder del espíritu: el nihilismo pasivo.

26) El nihilismo es un estado normal.

Puede ser síntoma de fuerza; el poder del espíritu puede haber acrecido a tal punto que le son inadecuadas las metas tradicionales («convicciones», artículos de fe) (-pues una fe expresa en general la dictadura de condiciones de existencia, la sumisión a la autoridad de las circunstancias bajo las cuales un ser prospera, crece y adquiere poder...); por otra parte, puede ser síntoma de fuerza insuficiente para fijarse en forma productiva una nueva meta, un nuevo por qué, una nueva fe.

Alcanza el nihilismo su máxima fuerza relativa como fuerza violenta de destrucción; como nihilismo activo.

Su antítesis es el nihilismo cansado que ya no ataca y cuya modalidad más famosa es el budismo: nihilismo pasivo, síntoma de debilidad. La fuerza del espíritu puede estar cansada, agotada, así que los objetivos y los valores existentes son inadecuados y no se cree más en ellos; -—de modo que se disuelve la síntesis de los valores y los objetivos (en la que se basa toda cultura fuerte) y los distintos valores luchan entre sí: desintegración; -—de modo que todo lo que reconforta, cura, aquieta, aturde, pasa a primer plano bajo variado disfraz: religioso, moral, político, estético, etc.

27) Representa el nihilismo un estado intermedio patológico (patológica es la tremenda generalización, el no deducir ningún sentido); ya sea porque las fuerzas productivas aún no son lo suficientemente poderosas, o porque la decadencia se demora aún y no ha inventado todavía sus recursos.

Premisa de esta hipótesis -no existe la verdad; no existe la esencia absoluta de las cosas, la «cosa en sí». -—Esto también es nada más que nihilismo llevado al extremo. Este nihilismo extremo sitúa el valor de las cosas precisamente en la circunstancia de que a estos valores no ha correspondido, y no corresponde, ninguna realidad, sino que son síntoma de fuerza de los valoradores, simplificación para la vida, nada más.

28) La pregunta del nihilismo: «¿para qué?» tiene su raíz en la costumbre según la cual la meta parecía establecida, dada, postulada desde fuera, --es decir, por alguna autoridad suprahumana. Tras haber perdido la fe en tal autoridad, se anda por costumbre en procura de otra autoridad susceptible de hablar en términos absolutos y de fijar metas y tareas. Entonces, la autoridad de la conciencia (a medida que la moral se emancipa de la teología, se vuelve más imperativa) aparece primordialmente como sustituto de una autoridad personal. O la autoridad de la razón. O el instinto gregario (el rebaño). O la Historia, con su espíritu inmanente a ella, que lleva en sí su meta y a la cual uno puede abandonarse. Se quisiera eludir la volición, la aspiración a una meta, el riesgo inherente a eso de fijarse uno mismo una meta, se quisiera eludir la responsabilidad (-se aceptaría el fatalismo). Por último: la felicidad y, con cierta dosis de hipocresía, la felicidad del mayor número posible de personas.

Dícese el individuo:

1. no hace falta una meta determinada;

2. no es posible prever el futuro.

Precisamente ahora que haría falta la voluntad más poderosa, es cuando ella está más débil y apocada. Falta absoluta de fe en el poder de organización de la voluntad para el todo. [...]

31) El nihilista filosófico está convencido de que todo acaecer carece de sentido y es fútil y afirma que no debiera haber un Ser carente de sentido y fútil. Pero ¿de dónde viene ese «no debiera»? ¿De dónde se saca ese «sentido», ese criterio? -—El nihilista entiende, en el fondo, que tal Ser vano e inútil no satisface al filósofo, lo azora y desespera. Tal consideración está reñida con nuestra más fina sensibilidad de filósofo; se reduce a la valoración absurda de que el carácter del Ser le debe causar placer al filósofo...

Se comprende fácilmente que dentro del acaecer el placer y el desplacer sólo pueden significar medios; resta entonces preguntar si después de todo, estaría a nuestro alcance percibir el «sentido», el «fin», si la cuestión de existencia o no existencia de un sentido podría ser resuelta por el hombre. [...]

75) A las posiciones extremas no se sustituyen otras moderadas, sino otras extremas, pero invertidas. Así, la creencia en la amoralidad absoluta de la Naturaleza, en la ausencia de fin y sentido es el efecto psicológicamente necesario cuando ya no puede mantenerse la creencia en Dios y un orden esencialmente moral. El nihilismo adviene ahora, no porque haya aumentado la aversión por la existencia, sino porque se ha llegado a desconfiar de todo «sentido» del mal, y aun de la existencia. Se ha desmoronado una interpretación; pero como se la tenía por la interpretación, parece que la existencia careciese de todo sentido, que todo fuese en vano.

Queda por demostrar que este «¡En vano!» determina el carácter de nuestro actual nihilismo. La desconfianza que suscitan en nosotros nuestras valoraciones tradicionales se acrecienta hasta el extremo de llevarnos a sospechar que todos los «valores» sean cebos en que la farsa se prolonga, pero no se aproxima en absoluto a una solución. La duración, signada por un «en vano», sin meta ni fin, es lo que más abruma y anonada, máxime cuando uno comprende que es engañado, pero no puede impedir que se lo engañe.

Concibamos esta idea en su forma más pavorosa: la existencia, tal como es, sin sentido ni fin, pero repitiéndose inexorablemente, sin desembocar jamás en la nada: el eterno retorno.

He aquí la forma extrema del nihilismo: la nada (lo «carente de sentido») -eternamente.

Selección de La voluntad de poder. en «Obras Completas», vol. IV, Prestigio, Buenos Aires, p. 433-462. (Traducción de Pablo Simón).