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Cuando fue tomada en serio, la teoría de Copérnico planteó algunos problemas de enorme importancia a los cristianos. Por ejemplo, si la tierra no era más que uno de los seis planetas, ¿en qué iban a convertirse las historias de la caída y la redención, con su inmensa importancia en la concepción cristiana de la vida? Si había otros cuerpos celestes semejantes a la tierra, con toda seguridad la bondad de Dios habría querido que también se hallaran habitados. Pero si existían hombres en otros planetas, ¿cómo podrían descender de Adán y Eva y cómo habrían podido heredar el pecado original, que explica el de otra forma incomprensible trabajo del hombre sobre una tierra creada para él por una divinidad buena y omnipotente? ¿Cómo habrían podido conocer los hombres de otros planetas la presencia del Salvador, que le abría la posibilidad de una vida eterna? O también, si la tierra es un planeta, y por consiguiente un cuerpo celeste situado fuera del centro del universo, ¿qué se hace de la posición intermedia, pero central, del hombre, situado entre los demonios y los ángeles? [...] Y lo peor de todo: si el universo es infinito, tal como piensan muchos copernicanos, ¿dónde puede estar situado el trono de Dios? ¿Cómo van a poder encontrarse el hombre y Dios en el seno de un universo infinito? [...]
Las teorías de Copérnico implicaban una transformación de la forma en que el hombre concebía su relación con Dios y las bases de su moral. [...]
Ya en 1611, el poeta y teólogo inglés John Donne escribía, dirigiéndose a los copernicanos, que «es muy probable que tengáis razón [...]. [En todo caso, vuestras ideas] progresan en el espíritu de todo hombre». Pero Donne poco de positivo creía descubrir en el cambio inminente. El mismo año en que a regañadientes concedía la posibilidad de que la tierra se moviese, expresó su malestar ante la inminente disolución de la cosmología tradicional en The anatomy of the World [la anatomía del mundo],un poema en el que «se muestra la fragilidad y decadencia del mundo en su conjunto». Parte de la desazón de Donnederivaba específicamente del copernicanismo:
«La nueva filosofía lo pone todo en duda,
[...] Todo va roto en pedazos, ya no hay coherencia».
La revolución copernicana, Ariel, Barcelona 1981, p. 255-256. |