Se dice que el vitalismo afirma que las características de los seres vivos son emergentes, en tanto que el mecanicismo lo niega. Antes de que podamos discutir esta posición debemos tener claro qué se quiere decir al llamar emergente a una característica. Un ejemplo podrá dar la mejor indicación preliminar; un ejemplo, además, no tomado de las ciencias biológicas, sino de la química: el agua está compuesta de hidrógeno y oxígeno. El hidrógeno es gaseoso a la temperatura ordinaria y es altamente combustible; el oxígeno también es gaseoso a temperaturas ordinarias pero es incombustible; en cambio, es una condición necesaria de la combustión. Los dos juntos forman el agua, que no es gaseosa sino líquida a temperaturas ordinarias, y no es combustible ni condición necesaria de la combustión; por el contrario, se usa para detener la combustión. ¿No es raro que dos elementos se combinen para formar algo con propiedades químicas notoriamente diferentes? En la química se podrían multiplicar los casos de esto: por ejemplo, la combinación del sodio, que es altamente corrosivo expuesto al aire o al agua, con el cloro, un gas verdoso semivenenoso, para formar sal ordinaria de mesa. Surge la cuestión: Si nunca hubiéramos tenido experiencia del agua o de la sal, ¿seríamos capaces de predecir qué propiedades tendrían, meramente a partir del conocimiento de las propiedades que poseen el hidrógeno y el oxígeno solos, o el sodio y el cloro solos? Si no pudiésemos predecir la existencia de estas propiedades, entonces serían emergentes; pero si fuésemos capaces de predecirlas, no serían emergentes. (La palabra «emergente» aquí es metafórica, pero parece provenir del hecho de que las propiedades de un compuesto parecen emerger de los elementos sin ser evidentes en los elementos mismos).
Introducción al análisis filosófico, 2 vols., vol. 1, Alianza, Madrid 1976, p. 470-471. |