Hjelmslev, Louis: el fin de la teoría lingüística

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Extractos de obras

Así pues, puede decirse que una teoría, en el sentido aquí atribuido a la palabra, intenta proporcionar un modo de proceder con el cual sea posible describir de modo autoconsecuente y exhaustivo objetos de cierta naturaleza establecida como premisa. Tal descripción autoconsecuente y exhaustiva conduce a lo que normalmente se llama conocimiento o comprensión del objeto considerado. En cierto sentido, pues, también podemos decir, sin correr el riesgo de ser confusos u oscuros, que una teoría pretende indicar un modo de proceder para conocer o comprender un objeto dado. Pero no sólo ha de proporcionar los medios para conocer un objeto determinado, sino que debe organizarse también de tal modo que permita conocer todos los objetos concebibles de la naturaleza establecida como premisa. La teoría debe ser general, en el sentido de que ha de proporcionarnos instrumentos para comprender no sólo un objeto dado o los objetos hasta aquí experimentados, sino todos los objetos concebibles de cierta naturaleza establecida como premisa. Con una teoría nos armamos para enfrentarnos no sólo a las eventualidades que ya se nos hayan presentado, sino a cualquier otra eventualidad. [...]

En virtud de su adecuación, la tarea de la teoría lingüística es empírica; en virtud de su arbitrariedad, es calculatoria. Partiendo de ciertas experiencias, que necesariamente deben limitarse, aun cuando deberían ser lo más variadas posible, el teórico de la lingüística establece un cálculo de todas las posibilidades concebibles dentro de ciertos marcos. Estos marcos los construye arbitrariamente: descubre ciertas propiedades en todos esos objetos que la gente está de acuerdo en llamar lenguas, para después generalizar tales propiedades y establecerlas mediante una definición. A partir de este momento el teórico de la lingüística -arbitraria, pero adecuadamente- ha decretado a qué objetos puede y a cuáles no puede aplicarse su teoría. Establece entonces, para todos los objetos de la naturaleza establecida como premisa en la definición, un cálculo general en el que se prevén todos los casos concebibles. Este cálculo, que se deduce de la definición establecida con independencia de toda experiencia, proporciona los medios para describir o comprender un texto dado y la lengua con arreglo a la cual se construye. La teoría lingüística no puede verificarse (confirmarse o invalidarse) haciendo referencia a tales textos o lenguas existentes. Sólo puede juzgarse por referencia al carácter autoconsecuente y exhaustivo del cálculo.

Si, por medio de este cálculo general, la teoría lingüística termina por construir varios modos de proceder posibles, todos los cuales puedan proporcionar una descripción autoconsecuente y exhaustiva de cualquier texto dado y por medio de él de cualquier lengua, sea cual fuere, entonces, de esos posibles métodos se elegirá aquel que facilite la descripción más simple posible. Si varios métodos proporcionan descripciones igualmente simples, se elegirá el que conduzca al resultado por el camino más simple. Este principio, que se deduce de nuestro llamado principio empírico, será llamado principio de simplicidad.

Por referencia a este principio, y sólo por referencia a él, podemos dar algún significado a la afirmación de que una solución autoconsecuente y exhaustiva es correcta y otra no lo es. [...]

Es, pues, por su propio «principio empírico» y sólo por él que debe someterse a prueba la teoría lingüística. Consecuentemente, es posible imaginar varias teorías lingüísticas como «aproximación al ideal establecido y enunciado en el principio empírico». Una de ellas ha de ser necesariamente la definitiva, y toda teoría lingüística concretamente desarrollada abriga la esperanza de ser precisamente la definitiva. Pero de ello se sigue que la teoría lingüística, en cuanto disciplina, no se define por su forma concreta, y es a la vez posible y deseable que progrese proporcionando nuevos avances concretos que tengan por resultado una aproximación cada vez mayor al principio básico.

Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Gredos, Madrid 1974, p. 30-34.