¿Pensar? ¿Y en abstracto? ¡Sálvese quien pueda! Así oigo exclamar a un traidor vendido ya al enemigo... Lo que se trata de saber es quién piensa en abstracto. ¿Quién piensa en abstracto? El hombre inculto, no el culto. Me limitaré a poner algunos ejemplos demostrativos de esta tesis de los que todo el mundo reconocerá que, en efecto, la encierran.
Un asesino es conducido al cadalso. Para el pueblo común no es otra cosa que un asesino. Tal vez las damas, al verlo pasar, comenten su aspecto físico, digan que es un hombre fuerte, hermoso, interesante. Al escuchar esto, el hombre del pueblo exclamará, indignado: "¿Cómo? ¿Un asesino, y hermoso?" Un conocedor del hombre tratará de indagar la trayectoria seguida por la educación de este criminal; descubrirá tal vez en su historias en su infancia o en su primera juventud, malas relaciones familiares del padre y de la madre; descubrirá que una ligera transgresión de este hombre fue castigada con una dureza exagerada que le hizo rebelarse contra el orden existente, que lo hizo colocarse al margen de este orden y acabó empujándolo al crimen para poder subsistir. Pues bien, todo esto es pensar en abstracto, no ver en el asesino más que esta nota abstracta, la de que es un asesino, de tal modo que esta simple cualidad destruye o borra en él cuanto haya de naturaleza humana.
«¡Vieja, los huevos que quiere venderme están podridos!», dice la compradora a la campesina, en el mercado. «¿Cómo? -replica ésta- ¿que mis huevos están podridos? ¿Eso es lo que se atreve a decir esa piojosa de mis huevos? ¡Como si no supiéramos que sus padres se comían los codos de hambre, que su madre se fugó con un francés y su abuela murió en el hospital! ¡ Mira qué pañoleta tan bonita y llena de abalorios lleva! ¡ Habría que ver cómo lleva la camisa! ¿De dónde habrá sacado tantos adornos y tantos sombrero? Si no hubiese oficiales en la guarnición, no andarían muchas tan bien vestidas y tendrían que pasarse el día zurciendo las medias.» En una palabra, Ia vendedora. Ilevada de su cólera, no deja hueso sano a la compradora. Pues bien, esta vieja piensa también en abstracto, viéndolo todo, la pañoleta, los sombreros y la camisa de la mujer, sus dedos y otras partes de su cuerpo y hasta a sus padres y toda su parentela, única y exclusivamente a través del horrible delito cometido por ella al decir que los huevos que trataba de venderle estaban podridos. A partir de este momento, ve todo lo que a esa dama se refiere teñido por el color de los «huevos podridos». En cambio. creo que aquellos oficiales de que habla la vendedora de ser cierta su malicia, lo que mucho dudamos- habrán podido ver en la dama cosas bien diferentes.
Y, pasando ahora de la vieja a los sirvientes, hay que decir que los peor colocados son los que tienen que servir a personas de estado social inferior y poca fortuna. En esto, como en todo, el hombre inculto piensa en abstracto, se da aires de gran señor para con los criados, sólo ve en ellos a sus servidores; se aferra al predicado de «servidores» y no sabe salir de ahí... La misma diferencia apreciamos en la milicia: en el ejército austríaco puede darse de azotes al soldado: los soldados son, pues, una canalla. Por donde el soldado raso es concebido por el oficial como el exponente abstracto de un sujeto azotable con el que él. un señor que viste uniforme y ciñe espada, tiene que habérselas, lo cual es para encomendarse al diablo. ( Werke, t. XVIII, p. 400 s.)
Texto escogido por Ernst Bloch: Sujeto-objeto. El pensamiento de Hegel, F.C.E., México 1982, p.32-33. |