Pero si la metafísica debe proceder por intuición si la intuición tiene por objeto la movilidad de la duración y si la duración es por esencia psicológica, ¿no terminamos encerrando a la filosofía en la contemplación exclusiva de sí misma? ¿No consiste entonces la filosofía en contemplarse simplemente vivir, «como un pastor ensimismado contempla el agua fluir?» Hablar así sería volver al error que no hemos cesado de señalar desde el principio de este estudio. Sería desconocer la naturaleza singular de la duración, y, al mismo tiempo, el carácter esencialmente activo de la intuición metafísica. Sería no ver que sólo el método de que hablamos permite superar tanto el idealismo como el realismo, afirmar la existencia de los objetos inferiores y superiores a nosotros aunque, sin embargo, en determinado sentido, interiores a nosotros, hacerlos coexistir juntos sin dificultad, disipar progresivamente las obscuridades que el análisis acumula en torno a los grandes problemas. Sin abordar aquí el estudio de estos distintos puntos, nos limitaremos a mostrar cómo la intuición de que hablamos no es un acto único sino una serie indefinida de actos, todos ellos indudablemente del mismo género, pero cada uno de una especie muy particular, y cómo esta diversidad de actos corresponde a todos los grados del ser.
Si trato de analizar la duración, es decir, de resolverla en conceptos ya hechos, estoy obligado, por la naturaleza misma del concepto y del análisis, a adoptar sobre la duración en general dos enfoques opuestos, con los que luego pretenderé recomponerlo. Esta combinación no podrá presentar ni una diversidad de grados ni una variedad de formas: es o no es. Diré, por ejemplo, que hay por un lado una multiplicidad de estados de conciencia sucesivos y por otro una unidad que los reúne. La duración será la «síntesis» de esta unidad y de esta multiplicidad, operación misteriosa de la que no se ve, repito, cómo comportaría matices o grados. En esta hipótesis no hay, no puede haber más que una duración única, aquella en la que nuestra conciencia opera habitualmente. Para fijar las ideas, si adoptamos la duración bajo el aspecto simple de un movimiento que se realiza en el espacio, y pretendemos reducir a conceptos el movimiento considerado representativo del Tiempo, tendremos, por un lado, un número tan grande como se quiera de puntos de la trayectoria, y por otro, una unidad abstracta que los reúne, como un hilo que mantuviese juntas las perlas de un collar. Entre esta multiplicidad abstracta y esta unidad abstracta, la combinación, una vez planteada como posible, es algo singular en la que encontramos más matices de los que en aritmética admite una suma de números dados. Pero si en lugar de pretender analizar la duración (es decir, en el fondo hacer la síntesis con los conceptos) nos instalamos primeramente en ella mediante un esfuerzo de intuición, tenemos la sensación de una cierta tesión bien determinada; esa determinación misma aparece como selección entre una infinidad de duraciones posibles. Desde ese momento se perciben duraciones tan numerosas como se quiera, todas muy diferentes entre sí, aunque cada una de ellas, reducida a conceptos, es decir, considerada exteriormente desde dos puntos de vista opuestos, se refiere siempre a la misma combinación indefinible de lo múltiple y de lo uno.
Pensamiento y movimiento, en Memoria y vida. Textos escogidos por Gilles Deleuze, Alianza, Madrid 1977, p. 35-37. |