Hay pues algo, siempre movido con un movimiento incesante, y este movimiento es el circular. Esto es manifiesto no sólo en virtud del razonamiento, sino prácticamente. En consecuencia el primer cielo debe ser eterno. Existe también algo que lo mueve. Y puesto que lo que es a la vez movido y mueve es un término medio, debe haber algo que mueva sin ser movido, un ser eterno, substancia y acto puro.
Así mueven lo deseable y lo inteligible: mueven sin ser movidos. Lo supremo deseable y lo supremo inteligible son idénticos. Pues el objeto del deseo es el bien aparente, y el objeto primero de la voluntad es el bien real. Deseamos una cosa porque nos parece buena, más bien que nos parece buena porque la deseamos. El principio es el pensamiento. Ahora bien, el entendimiento es movido por lo inteligible, y la serie [de los inteligibles] es inteligible por sí. En esta serie la substancia es primera, y en la substancia es primero lo simple y en acto. [...] Pero el bien y lo deseable por sí entran en la misma serie, y lo primero en esta serie es siempre lo mejor, o análogo a lo mejor.
Que la causa final está entre los seres inmóviles, lo demuestra su división. Ya que el fin es aquello para lo que [se quiere un bien], y es también lo que [es querido}. En este último sentido el fin está entre los seres inmóviles, pero en el primer sentido no. [Tomado en el segundo sentido] el fin mueve como objeto amado, y mueve las demás cosas movidas.
Ahora, el ser que es movido puede ser de otro modo que es. [...] Pero, puesto que hay un motor inmóvil, y que existe en acto, este ser no puede ser de ninguna manera distinta de como es. [...] [El primer motor] es pues un ser necesario, y en cuanto es necesario es el bien, y así es el principio del movimiento. Porque lo necesario tiene los sentidos siguientes: lo que violenta una inclinación natural; después lo que es condición del bien; y por último lo que no es susceptible de ser de otro modo, sino de un solo modo.
Este es el principio del que dependen el cielo y la naturaleza. Su vida es la más perfecta, pero nosotros sólo la vivimos muy breve tiempo. Esta vida la posee siempre (cosa que nos es imposible) porque su goce es su mismo acto. Y porque la vigilia, la sensación y el pensamiento son actos, son nuestros mayores goces; la esperanza y el recuerdo son goces, pero sólo por los anteriores. El pensamiento que es por sí [es el pensamiento de] lo que hay mejor por sí, y el supremo pensamiento es el del supremo bien. La inteligencia se piensa a sí misma comprendiendo lo inteligible, ya que se hace inteligible tocando y pensando [su objeto], de suerte que hay identidad entre la inteligencia y lo inteligible, ya que lo que puede recibir lo inteligible y la esencia es la inteligencia en acto. También el acto, más que la facultad, es el elemento divino que parece tener la inteligencia, y el acto de contemplación es el goce perfecto y supremo. Por tanto, si Dios tiene siempre la felicidad que nosotros tenemos sólo en ciertos momentos, es admirable; pero si aún la tiene mayor, es más admirable todavía. Y así la tiene.
También le pertenece la vida, ya que el acto de la inteligencia es vida, y Dios es este acto mismo. Este acto que subsiste en sí es su vida perfecta y eterna. La vida y la duración continua y eterna pertenecen pues a Dios, esto mismo es Dios. [...]
De lo que acabamos de decir resulta manifiestamente que hay una substancia eterna, inmóvil y separada de los seres sensibles. Se ha demostrado también que esta substancia no puede tener ninguna extensión, sino que es simple e indivisible. [...] Y hemos demostrado también que es impasible e inalterable.
Metafísica, XII, 7. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos: edad antigua, Herder, Barcelona 1982, 5ª. ed., p. 81-83). |