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La puerta representa el punto del tránsito entre dos realidades: la exterior, simbólicamente caótica y profana, y la interior, que representa el orden sagrado. Cruzar el umbral de un templo o de cualquier edificio sacro significa a nivel simbólico que se penetra en la propia identidad profunda. En los edificios sagrados de todas las tradiciones, la puerta equivale o es sinónimo del camino que conduce hasta el centro. Según Titus Burckhardt, en las puertas de las catedrales se reproduce la totalidad del simbolismo del templo, y da el ejemplo del tímpano que correspondería simbólicamente al altar. Las puertas que conducen a lo sagrado, o al más allá, a menudo están guardadas por seres poderosos que cumplen las funciones de guardianes del umbral; en el budismo Vajrayāna, o el budismo del Vehículo del Diamante, unos terribles personajes llamados myô-ô, o los reyes de la sabiduría, son los guardianes de las cuatro puertas que se abren a los cuatro puntos cardinales [ver imagen]. En la tradición egipcia, el alma del difunto debía presentarse ante cada una de las doce puertas de la Duat, flanqueadas por sus respectivos dioses y guardianes, y ser examinada respecto a sus conocimientos y sus méritos, para poder cruzarla y llegar hasta el reino celeste de Ra.