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(del latín vacivus, desprovisto de materia)

De manera intuitiva la noción de vacío sugiere un espacio carente de cuerpos y límite de éstos. Así, pues, la plena definición de la noción de vacío involucra las de espacio y materia. En los primeros presocráticos, la posibilidad de un espacio vacío (κενόν, kenón), ligado al espacio (χώρα, khora), se concibió en las primeras discusiones relacionadas con el movimiento y el cambio. Desde esta perspectiva, la posición de Parménides y los eleatas es contraria a dicha posibilidad, ya que para ellos el vacío debería asimilarse al no ser, cuya existencia es contradictoria. Pero la plena teorización del vacío y de la necesidad de su existencia procede de los defensores del atomismo antiguo (representado fundamentalmente por Demócrito, Epicuro y Lucrecio), corriente de pensamiento que fue prácticamente la primera en afirmar la realidad del vacío. Todo -las cosas percibidas e incluso los procesos de percepción- estaría formado simplemente por átomos y vacío (ver cita). El vacío sería el intervalo entre átomos, el garante de la incesante movilidad de éstos y, por otra parte, vendría a confundirse con el espacio. Los cuerpos serían agregados atómicos pululando en el espacio (vacío).

La opción atomista, aunque referencia siempre viva, será una opción marginal, por lo menos hasta la revolución científica del siglo XVII. El grueso de la opinión científica y filosófica en la tradición del pensamiento occidental se declara contraria al vacío. La refutación de Aristóteles (contenida básicamente en el libro IV de su Física, ver texto ) es la principal referencia de esa mayoritaria opinión antivacuista. Aristóteles, que rechaza en principio el vacío por considerarlo una noción autocontradictoria, esto es, un lugar que no es lugar de ningún cuerpo, lo rechaza también como lógicamente imposible por el hecho de considerar que en un espacio vacío, al no existir resistencia alguna a la fuerza que traslada un cuerpo y al ser el movimiento de éste inversamente proporcional a la resistencia que ofrece el medio, el movimiento alcanzaría una velocidad instantánea o infinita, aparte de la imposibilidad de considerar la existencia de un cuerpo allí donde no hay extensión alguna.

Ver ejemplo ↓

En la física especulativa, carente de experimentación y propia del mero «sentido común» de Aristóteles, la velocidad ([math]V[/math], relación entre el espacio [math]E[/math] y el tiempo [math]T[/math]) de un cuerpo se entendía como directamente proporcional a la fuerza aplicada [math](F)[/math], e inversamente proporcional al producto de su «peso» [math](P)[/math] por el rozamiento [math](R[/math]). Así, [math]V=\frac{F}{P.R}[/math], y dado que [math]V=\frac{E}{T}[/math], se tiene que [math]T=\frac{E.P.R}{F}[/math], pero si [math]R=0[/math], entonces [math]T=0[/math], es decir, en el vacío, puesto que la resistencia o rozamiento debe ser nulo, el tiempo sería instantáneo y la velocidad infinita. La evidencia de la existencia del tiempo y de la finitud de la velocidad demuestra, según esta teoría, la inexistencia del vacío.

En esa refutación -y en su posterior transmisión- se acuña la fórmula de los tres tipos de vacíos a considerar: el vacío intersticial, el continuo y el cósmico. Los tres son rechazados, pero esta clasificación permitirá sucesivos exámenes y alguna que otra reivindicación parcial del vacío: por ejemplo, los estoicos entenderán que el vacío infinito rodea al cosmos, y los ingenieros alejandrinos (en sus tratados de Pneumática) aceptarán el vacío intersticial y continuo como posibilidad excepcional.

Fruto de la mayoritaria opinión antivacuista clásica, y como colofón de ese rechazo, la Edad Media entroniza el llamado principio del horror vacui [horror al vacío] -pese a los estudios de Estratón (ca. 288 a.C.) de la escuela de Alejandría, que sostenía que el vacío podía ser creado por medios artificiales- y se postula la existencia de partículas materiales sutilísimas, que llenarían todos los espacios. Se afirma que la naturaleza aborrece el vacío, que no puede consentirlo en su constitución. Y tal principio se apoya en todo un conjunto de supuestas pruebas empíricas, y, por otra parte, en un fundamento de tipo teológico y metafísico. En el racionalismo Descartes respetó las ideas de Aristóteles sobre el vacío, y aceptó el característico horror vacui. Base de este horror al vacío es la creencia según la cual el Creador no ha podido incluir el vacío -que es imperfección- en su creación (tesis que todavía será mantenida por Leibniz).

El principio del horror vacui es una herencia inevitable para el pensamiento renacentista y para la revolución científica. Sin embargo, en este período (siglos XVI y XVII) se lleva a cabo una revisión crítica de las supuestas pruebas empíricas contrarias al vacío, proceso que es paralelo al de la permeabilidad a las corrientes de pensamiento contrarias a la hegemonía de la herencia escolástica y aristotélica. El horror vacui dejará de ser principio indiscutible.

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La incapacidad de bombear el agua en las minas por encima de una altura de 32 pies (18 brazas, unos 9 metros) impulsó la investigación de las causas: Galileo, en la Primera Jornada de los Discorsi, expresa por boca de Sagredo la extrañeza ante el fenómeno; seguidores, suyos, como Evangelista Torricelli (1608-1647). Vincenzo Viviani (1622-1703) y, sobre todo, los experimentos del joven Blaise Pascal, quien intentó repetirlos variando las circunstancias, y sugiriendo a Périer, cuñado suyo, que hiciera el experimento en la cima del Puy-de-Dome (1648, quizás nunca llevado a cabo), sirvieron para desentrañar la naturaleza física del fenómeno y llegar a la conclusión de que el vacío era causado por la presión atmosférica; conclusión clara y teóricamente formulada por Otto von Guericke y por Robert Boyle (1627-1691), en Oxford. A estos autores se deben los experimentos barométricos y la construcción de la bomba de aire (también llamada bomba de vacío).

La culminación de la corriente vacuista se produce con la nueva física de Newton. Entre 1644 (experimento de Torricelli) y 1687 (publicación por Newton de sus Principios matemáticos de la filosofía natural) cabe situar el período crucial de la aceptación moderna del vacío. Sin embargo, debe recordarse que los principales filósofos de este siglo se pronuncian radicalmente contra el vacío. La posición cartesiana, por ejemplo, al identificar extensión con cuerpo, hacía imposible la defensa del vacío. Junto a Descartes, también se pronunciaron radicalmente contra el vacío[hist1q9f.htm Hobbes], Spinoza y Leibniz. En cambio, Gassendi, ferviente defensor del atomismo sí aceptó su existencia.

Esto indica que el debate entre vacuismo y antivacuismo fue muy arduo. Ejemplo de ese debate es la polémica entre Leibniz y el newtoniano Clarke (años 1715-1716), polémica que trata también de esta cuestión del vacío (junto a otras, como la cuestión del espacio -si absoluto o relativo- (ver polémica Leibniz-Clarke).

Finalmente, y no sin resistencias, vencerá la física newtoniana: es la que promueve la imagen cosmológica vigente hasta hoy mismo, o sea, la de unos inmensos espacios vacíos entre los diversos cuerpos celestes. Pero junto a esa aceptación pragmática del vacío como realidad física, ha persistido la crítica del vacío desde el punto de vista de los principios filosóficos: ejemplo es la refutación efectuada por Kant (ver texto 1 y texto 2 ). Por ello se mantuvo durante mucho tiempo la distinción entre vacío físico, entendido como ausencia de masa o de materia detectable, y vacío metafísico identificado con ausencia absoluta, y considerado imposible.

Puede concluirse que desde Torricelli y Newton hasta la física actual post-newtoniana, el vacío ha sido asumido como realidad o componente de lo real-físico. Pero la tradicional resistencia del pensamiento occidental al vacío sigue manifestándose en otras dimensiones. En última instancia, se trata de la resistencia a una categoría de pensamiento que parece impensable. Al respecto, es conveniente recordar que las filosofías orientales (principalmente taoísmo y budismo) justamente parten del posicionamiento opuesto, o sea, de una alta valoración del vacío. Tal divergencia podría formularse como contraposición entre los emblemas de la plenitud y de la vacuidad.

A pesar, pues, de la aceptación del vacío en la vertiente física y cosmológica, el pensamiento occidental sigue adherido al emblema de la plenitud. Expresión de esta adhesión es la pervivencia del horror vacui como metáfora: el sujeto teme y aborrece su vacío, la filosofía se debate en el horror a su falta de fundamentos.

Desde la perspectiva de la física contemporánea, no obstante, la noción de vacío va perdiendo importancia desde el momento en que se define la materia en términos de fuerza, y el espacio en términos de potencialidad activa. Desde esta perspectiva el vacío aparece como un estado en el que todas las magnitudes observables tienen valor nulo o, más precisamente, siguiendo a Dirac, se concibe como un sistema dinámico complejo constituido por pares de partícula-antipartícula.

Por otra parte se relaciona con el concepto de energía del vacío, que es una clase de energía que tiene un origen cuántico y se da en el espacio incluso en ausencia de todo tipo de materia. Desde esta perspectiva Edward Tryon propuso en 1973 que el Universo podría ser una fluctuación cuántica del vacío


Ver Albert Ribas, Biografía del vacio, Destino, Barcelona 1977.

Ver Tryon, Edward P. "Is the Universe a Vacuum Fluctuation?", in Nature, 246(1973), pp. 396–397.

Relaciones geográficas

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