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Si la luz es el signo de la presencia divina, las tinieblas, especialmente en el judaísmo y el Nuevo Testamento, serán signo de la presencia de las fuerzas demoníacas. San Pablo emplea la oposición entre “hijo de la luz” e “hijo de las tinieblas” (1Te 5,5) y describe la venida de la fe y al bautismo como un paso de las tinieblas a la luz (Ef 5, 8 y 11). Juan también habla de un conflicto en el que se enfrentan la luz y las tinieblas, enfrentamiento idéntico al de la vida y de la muerte (Jn 1, 4s). La revelación de Jesús como luz del mundo da relieve a una antítesis de las tinieblas y la luz en un plano moral: la luz califica la esfera de Dios y de Cristo, el bien y la justicia, mientras que las tinieblas califican la esfera del mal y la impiedad.