(del latín sublimis, elevado en el aire)
Experiencia estética, distinta de la de lo bello, que implica un sentimiento asociado a actitudes, formas artísticas y literarias, grandiosas, excel sas o muy elevadas. El concepto de lo sublime aparece ligado a la noción de entusiasmo y a la locura buena en Platón, quien en el Fedro señala la relación entre dicha locura y la inspiración de las musas (ver cita), e insiste en la vinculación entre la buena locura, el entusiasmo y la preexistencia de las almas (ver texto ). Pero la noción de lo sublime entendido como vinculado a lo grandioso en general y a un «alma grande» en particular, aparece en un texto del siglo I titulado Acerca de lo sublime, atribuido erróneamente al pensador del siglo III Longino (que a veces se le ha identificado como Dionisio de Halicarnaso), y que durante el siglo XVII, gracias a la traducción que de él hizo Boileau, tuvo mucha influencia en el pensamiento estético. Según esta obra clásica, lo sublime procede, bien debido a la nobleza de las acciones, generalmente de las heroicas o de aquellas que comportan un fuerte sacrificio, bien de cierta fuerza del discurso que es capaz de elevar el alma, bien debido a la grandeza del pensamiento expuesto. En general, lo sublime se asocia generalmente a ciertas manifestaciones de la belleza artística, aunque en mayor medida a la grandeza de la naturaleza, o al comportamiento moral completamente íntegro. En cualquier caso, según esta concepción, lo sublime en el ámbito literario no depende tanto del seguimiento de unas reglas formales como de la libre expresión de aquella locura interior de la que hablaba Platón.
En Aristóteles (Poética, 14,1453b), la relación entre lo bello y lo sublime ya estaba implícita pues, para el estagirita, la tragedia engendra una forma de placer que nace de la piedad y del terror de las situaciones que presenta (lo que equivale al efecto de la catarsis). Así, a la asociación con el placer, se le une la que lo empareja con ciertas formas de angustia o de terror. Hume destacó (en sus Ensayos morales y políticos de 1741) la aparente paradoja de esta asociación entre belleza, placer, terror y ansiedad y, a partir de él, Edmund Burke (1729-97), en su Investigación sobre el origen de las ideas de lo bello y lo sublime (1756), afirmó que, mientras la belleza nace directamente del placer, lo sublime procede del instinto de conservación, del miedo y del dolor pero, a su vez, este dolor puede producir una forma de placer en la medida en que el alma se libera del peligro (ver cita).
Importante es el tratamiento que efectúa Kant de este concepto, que estudió fundamentalmente en dos textos, en Lo bello y lo sublime (1764), en el que reproduce en buena parte los argumentos de Burke (fundamentalmente de tipo fisiológico), y en la Crítica del juicio (1790), libro en el cual trata con más rigor esta noción, y quiere superar el tratamiento anterior y acercarlo a su filosofía trascendental. Según Kant lo sublime tiene dos componentes distintos que dan lugar a dos formas distintas: lo sublime matemático, basado en la aprehensión de una magnitud desmesurada, que está más allá de las proporciones de la sensibilidad humana, y lo sublime dinámico, que procede de una potencia aterradora. En ambos casos, el sentimiento de poder superar esta desproporción y el poder trascenderla es lo que provoca el gozo asociado a lo sublime (ver cita). Según Kant, tanto lo bello como lo sublime surgen a partir del juicio del gusto, pero mientras lo bello surge de la relación entre la sensibilidad y el entendimiento, lo sublime surge de la relación entre lo sensible y la razón.
La esencia de lo bello se halla en la forma del objeto y, por tanto, tiene una limitación. En cambio, lo sublime es lo informe en tanto que va asociado a lo infinito, puesto que la naturaleza supera la facultad humana de comprensión. Por eso, en la perspectiva trascendental kantiana (en su giro copernicano), lo sublime no se halla en el objeto contemplado sino en el sujeto que, por medio de la razón va más allá de los límites de la sensibilidad (es decir, los límites de lo fenoménico) y, mediante una emoción propia de la naturaleza humana, obtiene el conocimiento de su superioridad. Lo sublime (a diferencia de lo bello, que se halla en el objeto) solamente se da en el acto de aprehensión: no existen objetos sublimes, sino que lo sublime se encuentra en el sujeto. En este sentido es un acercamiento no conceptual (sino emotivo) al mundo nouménico, que evita las contradicciones dialécticas descritas en la dialéctica trascendental. Por medio de lo sublime el sujeto accede a los más grandes sentimientos espirituales que son manifestación del carácter libre del hombre frente a la naturaleza, por grandiosa que ésta se nos presente ya que, aunque lo desproporcionado de los actos o de las situaciones que engendran el sentimiento de lo sublime nos manifiestan nuestros propios límites, nuestra capacidad racional se sobrepone a ellos, siente su superioridad y desvela nuestro destino como seres morales (ver texto ).
Por esta trascendencia de lo fenoménico y el correspondiente acercamiento de lo sublime al mundo nouménico, Schiller (en sus Ensayos sobre lo sublime), siguiendo la senda kantiana, también sitúa lo sublime en un ámbito intermedio entre la estética y la ética, y distingue entre lo sublime teórico (opuesto a los condicionantes del conocimiento sensible) y lo sublime práctico (vinculado con la acción). También a la manera kantiana Schelling lo considera como expresión de la presencia de lo infinito en lo finito. Por su parte, Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación, § 39) concibe lo sublime como manifestación de las fuerzas de la naturaleza regidas por la ciega voluntad sin sentido (ver texto ). En la estética posterior la noción de lo sublime (cuya condición estética fue negada por Croce) fue retomada por G. Santayana en su El sentido de la belleza (1896).