Sartre: la mirada del otro

Extractos de obras

+++ Jean-Paul Sartre: la mirada del otro

La mirada es ante todo un intermediario que remite de mí a mí mismo. ¿De qué naturaleza es este intermediario? ¿Qué significa para mí ser visto? Imaginemos que haya llegado, por celos, por interés, por vicio a pegar la oreja contra una puerta, a mirar por el ojo de una cerradura. Estoy solo en el plano de la conciencia [...] de mí. [...] Esto significa que, tras esa puerta, se ofrece un espectáculo «a-ver», una conversación «a-oír». La puerta, la cerradura, son a la vez instrumentos y obstáculos: se presentan como «a-manejar con precaución»; la cerradura se da como «a-mirar de cerca y un poco de lado», etc. De este modo, «hago lo que tengo que hacer»: ningún punto de vista trascendente viene a conferir a mis actos un carácter de cosa dada sobre la cual pudiera ser emitido un juicio; mi conciencia se pega a mis actos, es mis actos; éstos están regidos solamente por los fines a alcanzar y por los instrumentos de que hacer uso. Mi actitud, por ejemplo, no tiene ningún «afuera», es pura puesta en relación del instrumento (ojo de la cerradura) con el fin de alcanzar (espectáculo a-ver), pura manera de perderme en el mundo, de hacerme beber por las cosas como la tinta por un secante, para que un complejo de útiles orientado hacia un fin se destaque sintéticamente sobre el fondo del mundo. El orden es el inverso al orden causal: el fin por alcanzar organiza todos los momentos que lo preceden; el fin justifica los medios, los medios no existen sino en relación con un libre proyecto de mis posibilidades: son precisamente los celos, como posibilidad que soy, lo que organiza ese complejo de utensilios trascendiéndolo hacia sí. Pero esos celos, yo no los conozco sino que los soy. [...] Ese conjunto en el mundo, con su doble e inversa determinación -no hay espectáculo a-ver detrás de la puerta sino porque estoy celoso, pero mis celos no son sino el simple hecho objetivo de que hay un espectáculo a-ver detrás de la puerta-, es lo que llamaremos situación. Esta situación me refleja a la vez mi facticidad y mi libertad; [...]. Así, no puedo definirme verdaderamente como siendo en situación; en primer lugar, porque no soy conciencia posicional de mí mismo; después, porque soy mi propia nada. En este sentido -y puesto que soy lo que no soy y no soy lo que soy- no puedo siquiera definirme como el que está realmente escuchando detrás de las puertas; escapo a esta definición provisional de mí mismo por toda mi trascendencia; ahí está, como hemos visto, el origen de la mala fe; así, no sólo no puedo conocerme, sino que hasta mi propio ser se me escapa -aunque yo sea este mismo escaparme a mi ser- y no soy absolutamente nada; no hay nada ahí sino una pura nada que envuelve y hace resaltar cierto conjunto objetivo que se recorta en el mundo, un sistema real, una ordenación de medios con vistas a un fin.

Pero he aquí que oigo pasos por el corredor: me miran. ¿Qué quiere decir esto ? Que soy de pronto alcanzado en mi ser y que aparecen en mis estructuras modificaciones esenciales, que puedo captar y fijar conceptualmente por el cogito reflexivo.

En primer lugar, he aquí que existo en tanto que yo para mi conciencia irreflexiva. Esta irrupción del yo es, inclusive, lo que más a menudo se ha descrito: me veo porque se me ve, se ha podido escribir. [...] Pero he aquí que el yo viene a morar en la conciencia irreflexiva. Ahora bien, la conciencia irreflexiva es conciencia del mundo. El yo existe, pues, para ella en el plano de los objetos del mundo; [...] La vergüenza o el orgullo me revelan la mirada del prójimo, y a mí mismo en el extremo de esa mirada. Pero la vergüenza [...], es vergüenza de , es reconocimiento de que efectivamente soy ese objeto que otro mira y juzga. [...] Soy, allende todo el conocimiento que pueda tener, ese yo que otro conoce. Y este yo que soy, lo soy en un mundo que otro me ha alienado, pues la mirada del otro abarca mi ser y, correlativamente, las paredes, la puerta, la cerradura, todas esas cosas-utensilios en medio de las cuales soy, vuelven hacia el otro un rostro que se me escapa por principio. [...]

Con la mirada ajena, la «situación» se me escapa, o, por usar una expresión trivial pero que traduce bien nuestro pensamiento: ya no soy dueño de la situación. [...] La aparición del otro hace aparecer en la situación un aspecto no querido por mí, del cual no soy dueño y que me escapa por principio, puesto que es para el otro. [...]

Por la mirada ajena, me vivo como fijado en medio del mundo, como en peligro, como irremediable. Pero no ni quién soy ni cuál es mi sitio en el mundo, ni qué faz vuelve hacia el otro ese mundo en el que soy.

Así, por la mirada, experimento al prójimo concretamente como sujeto libre y consciente que hace que haya un mundo [...]. Y la presencia sin intermediario de este sujeto es la condición necesaria de todo pensamiento que yo intente formar sobre mí mismo. El prójimo es ese yo mismo del que nada me separa, nada absolutamente excepto su pura y total libertad, es decir, esa indeterminación de sí mismo que sólo él ha de ser por y para sí.

El ser y la nada, Alianza, Madrid 1989, p. 287-299.