La identidad se expresa mediante los usos de «es» que tendemos a desarrollar en la forma «es el mismo objeto que». El signo « = » puede añadirse cómodamente en este sentido a la lengua común, porque nos permite ser breves sin ambigüedad. Pero la noción de identidad, cualquiera que sea su notacion, es fundamental en nuestro lenguaje y en nuestro esquema conceptual.
El signo de identidad « = » es un término relativo; podemos decir que es un verbo transitivo, sin dejarnos asustar por el espectáculo de un complemento directo en nominativo. Como todo término de esa clase, une términos singulares para formar una sentencia. La sentencia así formada es verdadera si y sólo si sus términos componentes refieren al mismo objeto.
La identidad está íntimamente relacionada con la división de la referencia. Pues la división de la referencia consiste en el establecimiento de condiciones de identidad: se trata de establecer en qué condiciones se tiene la misma manzana y cuándo se tiene otra. Puede decirse que el niño conoce los términos generales cuando ha dominado esta manera de hablar de lo mismo y de lo otro. Si no es así, la identidad a la inversa, carece de interés. Podemos quizás imaginar las locuciones «Esto es mamá» o «Esto es agua» antes de aparecer los términos generales, y admitir que ese «es» es « = »; pero se tratará de una reflexión retrospectiva. Si no es teniendo en cuenta la referencia dividida de posibles términos generales, «Esto es mamá» y «Esto es agua» deben entenderse mejor como «Mamá aquí», «Agua aquí». [...].
Aunque la noción de identidad es muy simple, son frecuentes las confusiones a su respecto. Hay un ejemplo de ello en el fragmento de Heráclito según el cual uno no puede bañarse dos veces en el mismo río a causa del fluir de las aguas. Esta dificultad se resuelve teniendo en cuenta el principio de división de la referencia correspondiente al término general de «río». El que se puedan contar como dos entradas en el mismo río dos acciones de cualquiera es precisamente un rasgo típico de lo que distingue a los ríos de los estadios de ríos y del agua dividida de un modo que conserve la materia concreta.
Ciertas otras dificultades de la identidad son el transfondo de esta afirmación de Hume: «Hablando propiamente no podemos decir que un objeto es el mismo que él mismo, salvo que queramos decir que el objeto existente en un tiempo es el mismo que él mismo existente en otro tiempo». Es probable que el motivo de esa afirmación sea en parte algo que ya observamos párrafos atrás, a saber, que las sentencias de identidad que unen términos simples son vacías si no se ha captado aún el esquema de los objetos físicos. Pero también hay otra causa que se percibe muy bien en las páginas de Hume: si la identidad se toma estrictamente como la relación de toda entidad consigo misma, resulta imposible descubrir en qué es relacional y en qué se diferencia de la mera atribución de existencia. Pero la raíz de esta dificultad es una confusión entre el signo y el objeto: lo que hace de la identidad una relación, y de « = » un término relativo, es que « = » va entre ocurrencias distintas de términos singulares (del mismo o de dos distintos) y no el que ponga en relación objetos distintos.
Una análoga confusión de signo y objeto se manifiesta en Leibniz cuando explica la identidad como una relación entre los signos, no entre el objeto nombrado y él mismo. «Eadem sunt quorum unum potest substitui alteri, salva veritate».Frege tomó al principio ese camino. La confusiónse multiplica curiosamente en Korzybski, cuando dice que «1=1» tiene que ser falsa porque los dos datos de la ecuación son espacialmente distintos.
Palabra y objeto, Labor, Barcelona 1968, p. 127-128. |